miércoles, 15 de octubre de 2014

Simplemente un beso: Capítulo 6

Él asintió, con cara de pocos amigos.
Paula contuvo un grito cuando entró en la cocina. Aunque era espaciosa, en aquel momento no lo parecía. El fregadero estaba lleno de vasos sucios y la repisa, abarrotada de bandejas y platos de días anteriores.
Pedro Alfonso era un cerdo, pensó. Tanta suciedad no era el resultado de una noche, por mucha pierna y mano escayolada que tuviera. Aquello no se había hecho en veinticuatro horas.
Después de dejar a Bautista en el suelo, Paula le dió unas cucharas de madera para entretenerlo y se dispuso a trabajar.
Pedro había pasado la peor noche de su vida. No se le daba bien estar enfermo.
Edmund le había dicho una vez que era el peor paciente del mundo, pero no podía evitarlo. No soportaba sentirse débil, inútil. Pedro cerró los ojos, el ruido que le llegaba desde la cocina era extrañamente reconfortante.
Había estado a punto de echar a Paula de su casa cuando la vio en la puerta. Solo había ido a visitarlo porque se sentía responsable de su situación. Y debía sentirse culpable.
Ese hijo suyo lo había hecho caer al suelo a propósito.
Pero ese primer impulso de decirle que se fuera, se había disipado cuando ella ofreció hacerle el desayuno. No había comido nada desde que volvió del hospital y estaba hambriento.
Paula había dicho que no tenía marido. Entonces, ¿dónde estaba el padre del niño? Aunque eso a él le daba igual. No quería saberlo. Pedro miró hacia la cocina. Quizá debería ir allí a supervisar.
Después de tomar la decisión, se incorporó y fue hasta la cocina apoyándose en las muletas. Paula estaba lavando los platos y el niño, en el suelo, seguramente pensando en su próxima víctima.
Ella se volvió al oírlo entrar.
—¿Tiene miedo de que me lleve la plata, señor Alfonso? —preguntó, con una sonrisa.
—No —contestó él, dejándose caer sobre una silla—. Además, si está buscando objetos de plata, este es el sitio equivocado. Solo he venido para comprobar que «Billy el niño» no le prende fuego a la casa.
Bautista empezó a golpear una cacerola con una cuchara de madera. La golpeó varias veces y después sonrió a Pedro, como esperando que el hombre lo felicitara por su sentido del ritmo.
Pedro miró a la mujer que estaba lavando los platos.
—No tiene que limpiar toda la casa solo para preparar un desayuno.
Paula se volvió, sonriendo de nuevo.
—No me importa. Además, me siento un poco responsable de que haya despedido a su señora de la limpieza.
—¿Porqué?
—No la habría despedido si esta mañana no se sintiera particularmente irascible. Supongo que no ha dormido bien.
Pedro la miró, sorprendido de que tuviera valor para decirle que estaba irascible.
—Eso es ridículo. No estoy más irascible esta mañana que cualquier otro día. Además, esta es la sexta vez que despido a María en los últimos tres años. Me saca de quicio. La mayoría de la gente me saca de quicio.
—Sigo sintiéndome parcialmente responsable —repitió ella, dándose la vuelta. Después, sirvió una taza de café recién hecho y lo puso sobre la mesa—. Tome. A lo mejor el café lo anima un poco.
—No tengo que animarme. Me gusta estar enfadado.
—Fadado —dijo Bautista entonces, mostrando unos dientes diminutos. El niño parecía muy contento. Claro, él no tenía una pierna rota.
Pedro tomó un sorbo de café mientras observaba a Paula. Llevaba unos vaqueros cortos y una camisa azul. El color oscuro de la camisa contrastaba con el rubio de sus rizos y con el sol entrando por la ventana, el pelo parecía un halo alrededor de su cabeza.
Un ángel.
Un ángel de la guarda con un demonio a su lado, pensó Pedro. Pero debía admitir que el niño no estaba molestando. No abría los armarios, ni se subía a las mesas como harían otros crios. Parecía muy contento en el suelo, jugando con los utensilios de cocina.
—¿Vive por aquí? —preguntó entonces.
Masón Bridge era un pueblo pequeño y Pedro creía conocer a todos los habitantes, aunque solo fuera de vista.
—No. Estoy de vacaciones. Somos de Kansas —contestó Pedro, sin volverse.
—¿Y por qué ha venido precisamente a Masón Bridge? La mayoría de la gente suele ir a Miami o a playas más conocidas. Este es un sitio muy pequeño.
—Fue idea de mi abuela. Vino aquí de vacaciones una vez y le gustó —explicó ella—. Llegamos ayer. La verdad es acababa de tumbarme en la playa cuando ocurrió el accidente.
—Querrá decir cuando ese hijo suyo intentó matarme.
Paula se volvió entonces, con los ojos brillantes de furia.
— Mi hijo no es «Billy el niño» ni es ningún monstruo. Se llama Bautista Chaves. Y es infantil por su parte culpar a un crío de dos años de algo que solo fue un accidente.
Estaba muy guapa cuando se enfadaba, con los ojos brillantes y las mejillas rojas. Pedro se preguntó si sus ojos brillarían tanto cuando la besaban. Un segundo después, se irguió en la silla, preguntándose de dónde había salido aquel pensamiento.
Él no tenía intención de besar a Paula. No tenía intención de besar a nadie. Le gustaba vivir la vida sin complicaciones… y las mujeres eran inevitablemente una complicación.
Pero, aunque no tenía intención de besarla, no podía dejar de admirar sus piernas y el redondo trasero, que se movía tentadoramente mientras batía los huevos para echarlos en la sartén.
—¿Bautista? ¿Qué clase de nombre es ese? — preguntó Pedro entonces.
Parecía estar buscando pelea, pero no le importaba. Podía permitírselo. Además, prefería eso antes que la punzada de deseo que se había despertado en su interior.
—Es un nombre muy bonito. —replicó ella, poniendo un plato de huevos con beicon sobre la mesa. Estaba sonriendo y en esa sonrisa, Pedro vio un cierto reto—. Al menos, es más original que Pedro . ¿No le parece?
Pedro soltó una carcajada.
—Tiene usted genio.
—¿No me diga?
—Le digo.
—Pues no sea tan impertinente y cómase el desayuno antes de que se enfríe —dijo Paula, señalando el plato. Después de servirle otra taza de café, tomó a Bautista en brazos y lo sentó en una silla—. Espero que no le moleste si le doy el desayuno a mi hijo. Es un niño muy sociable. Si vea alguien comiendo, él también quiere comer.
Pedro se encogió de hombros, observando cómo sacaba un cinturón de la bolsa y lo ataba a la cintura del niño para que no se cayera de la silla.
Después, le dio una tostada, se sirvió una taza de café y se sentó a su lado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario