lunes, 27 de octubre de 2014

Simplemente un beso: Capítulo 31

—Se lo prometo —sonrió ella.
Cuando salían del despacho, Pedro se sintió absurdamente desilusionado. Sabía que no podía esperar nada de aquella visita, pero la energía y esperanza que había llevado con él habían desaparecido.
—¿Estás bien? —preguntó Paula, cuando entraban en el coche.
—Sí. Esperemos que a Barbara Klein no le dé por beber de aquí a un par de semanas.
—No creo que debas preocuparte por eso. Parece una persona muy profesional. Quizá deberíamos volver a Masón Bridge —dijo Paula, mientras arrancaba—. Supongo que esto debe haber sido difícil para tí.
—No —dijo él, haciendo un gesto con la mano—. Vamos al acuario. Bauti quiere ver a los delfines.
Pedro hubiera deseado que ella dejara de mirarlo de esa forma, como si le importara, como si estuviera preocupada por él. Cuando lo miraba así, solo podía pensar en tomarla en sus brazos y besarla hasta que cerrara esos ojos que tanto lo turbaban.
—Muy bien. Pues vamos al acuario.
Unos minutos después, dejaban el coche en el aparcamiento. Durante dos horas disfrutaron del espectáculo de los delfines y las ballenas, aprendieron muchas cosas sobre esos animales y comieron hamburguesas en una terraza.
Eran casi las seis cuando subieron al coche para volver a Masón Bridge. Durante una hora, se mantuvieron en silencio, roto ocasionalmente por Bautista, que señalaba hacia la ventanilla, ejercitando su vocabulario.
De nuevo, Pedro se encontró a sí mismo luchando contra el deseo que sentía por Paula. La había estado observando por el rabillo del ojo en el acuario.
Su risa lo excitaba, su entusiasmo por todo lo volvía loco.
Mientras miraba por la ventanilla, se preguntaba si el destino habría puesto a Paula Chaves en su camino solo para hacerle perder la cabeza.
—Cuéntame algo de tí que yo no sepa —dijo de repente. Quizá si hablaban, podría quitarse de la cabeza aquellos pensamientos.
—¿Perdona?
—Anoche dijiste que había muchas cosas de tí que yo no sabía. Cuéntamelas ahora —dijo Pedro, sin querer fijarse en cómo el sol que entraba por la ventanilla iluminaba su rostro, dándole un brillo dorado.
—¿Qué es lo que quieres saber?
Quería saber por qué su usa era como una manta envolviéndolo en una noche fría. Quería saber por qué el olor de su perfume lo mareaba de deseo. Quería saber por qué estaba tan segura de que no era el hombre de sus sueños. Y querer saber todas esas cosas lo asustaba de muerte.
—No lo sé… Háblame de tu abuela.
—Mi abuela nos crió a mi hermana y a mí. Pero yo siempre sentí un agujero en el corazón por la ausencia de mi madre.
Pedro asintió. Lo entendía muy bien. Él también tenía un agujero en el corazón por la ausencia de Bobby.
—Y el padre de Bautista… ¿estabas muy enamorada de él?
Paula dudó un momento antes de contestar.
—Pensaba que sí, pero ahora sé que estaba enamorada de la idea de estarlo. Mi hermana pequeña estaba casada y tenía dos niños preciosos y yo acababa de terminar mis estudios y me sentía sola.
—Y entonces apareció el padre de Bauti y tú supiste inmediatamente que era tu príncipe azul.
Paula le sacó la lengua y Pedro soltó una carcajada.
—Cuando conocí a Bill, tenía mis reservas. El salía mucho por las noches, le gustaba el heavy metal y tenía un estéreo en el coche que atronaba a todo el barrio.
—Puedo imaginarme la clase de tipo que era.
Paula hizo una mueca.
—La verdad es que no era mala persona. Bill me hacía sentir preciosa y deseada. Y no me sentía sola a su lado. Yo pensé que era amor, pero no lo era.
—Ya.
Pedro se preguntó si él la haría sentir preciosa y deseada. Y si con él no se sentiría sola.
—¿Por qué no me hablas tú de Sherry? Dijiste que le habías pedido que se casara contigo. ¿Estabas enamorado de ella?
—No —confesó él—. Me importaba y la quería como madre de mi hijo, pero no estaba enamorado de ella. Yo creo que Sherry sabía que no lo estaba y por eso no quiso casarse conmigo.
De nuevo se quedaron en silencio y Pedro miró por la ventanilla, intentando entender las conflictivas emociones que sentía por Paula.
¿Tan sorprendente era que la deseara físicamente? Era una mujer muy atractiva. Hacía mucho tiempo que él no estaba con una mujer y era lógico que la deseara.

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