lunes, 20 de octubre de 2014

Simplemente un beso: Capítulo 18

De nuevo, Pedro dudó antes de contestar.
—No, ella no tiene dinero para contratar un detective. De vez en cuando, trabajo como voluntario para una organización que ayuda a mujeres cuyos ex maridos no pasan pensión a los hijos.
Ella lo miró, incrédula. Aquel hombre era una caja de sorpresas. Decía no soportar a los niños y, sin embargo, trabajaba como voluntario en una asociación dedicada precisamente a ayudarlos.
¿Qué otras sorpresas guardaría? Una cosa era segura, Pedro Alfonso era mucho más de lo que decía ser.
—¿Cómo has sabido que Jacobson hoy estaría aquí? —preguntó entonces, por curiosidad.
—Me he hecho amigo de los vecinos —contestó Pedro, señalando una de las casas—. Samuel siempre los llama para decir cuándo va a venir porque le gusta que aireen la casa. Por eso sé que hoy estará aquí. Jacobson llamó ayer a su vecino y él me llamó a mí.
Paula asintió, pensativa.
—¿Quieres que lo siente en la sillita? —preguntó, señalando a Bautista.
—No, aquí está bien. Mientras no me dé un codazo en las costillas o me saque un ojo con el dedo.
—Creo que estás á salvo —sonrió ella, sacando una bolsa de caramelos y ofreciéndole uno a Pedro, pero él negó con la cabeza—. ¿Y por qué trabajas como voluntario para esa asociación? —se atrevió a preguntar Paula entonces.
—No lo sé. Es una causa justa.
—Debo admitir que me sorprende. Pareces más el tipo de persona que trabajaría para una asociación dedicada a encerrar niños en la cárcel.
Él hizo una mueca.
—Me lo merezco. La verdad es que contigo he sido un ogro, ¿verdad?
—Es difícil no serlo cuando se tiene una pierna rota.
Pedro iba a decir algo, pero se detuvo cuando un coche gris paró frente a la casa que estaban vigilando.
Un hombre bajito y grueso salió del coche y entró en la casa.
—¿Es él? —preguntó Paula en voz baja.
—Sí —contestó Pedro, sacando el móvil del bolsillo—. Venid a buscarlo —dijo, después de marcar un número. Después, colgó y miró a Paula—. Ahora solo tenemos que esperar para ver si mi colega llega antes de que ese tipo vuelva a desaparecer.
Unos minutos después, un coche patrulla paraba tras el coche gris y dos policías entraban en la casa. Dulce contuvo el aliento.
—¡Sí! —exclamó Pedro cuando los policías volvieron a salir, llevando a Jacobson esposado—. ¡Por fin!
—¿Y ahora qué pasa?
—Samuel Jacobson tendrá que enfrentarse con un juez y nosotros nos iremos a casa y lo celebraremos con una buena cena.
—Eso suena bien. Pero antes hay que colocar a Bautista en su silla —sonrió Paula—. ¿Qué hay de cena? —preguntó, de nuevo frente al volante.
—¿Te gusta la comida china?
—Me encanta.
—Estupendo. Pediremos comida china entonces —sonrió Pedro—. Paula, muchas gracias por todo lo que has hecho por mí.
—De nada —dijo ella, intentando ignorar el calor que los ojos del hombre le hacían sentir.
Pedro Alfonso irascible era soportable. Pedro Alfonso simpático era muy peligroso.
Cuando volvieron a casa, Bautista seguía durmiendo. Paula lo tumbó en el sofá, sujetándolo con dos almohadones para que no se cayera.
—¿Qué quieres que pida para ti? —preguntó Pedro desde la cocina.
—Cualquier cosa. Sorpréndeme —contestó ella, cubriendo al niño con una manta.
—Si quieres lavarte un poco, puedes ir al baño. Yo voy a llamar para pedir la cena.
Paula salió al pasillo para buscar el cuarto de baño. Sabía que la última habitación era el dormitorio de Pedro, pero no estaba segura de cuál de las otras puertas era el baño.
Cuando abrió la primera, se quedó helada. No era el cuarto de baño, era la habitación de un niño.
Estaba empapelada con dibujos infantiles y sobre la cuna de madera había una manta con ositos. Al otro lado de la habitación había una camita pequeña cubierta de juguetes.
Paula sabía que debía dar un paso atrás y cerrar la puerta, pero la curiosidad la obligó a entrar.

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