domingo, 19 de octubre de 2014

Simplemente un beso: Capítulo 16

Mientras Paula se concentraba en la carretera, Pedro se concentró en mirarla. La luz del amanecer le daba a su piel un color precioso. No parecía llevar maquillaje, excepto quizá un poco de brillo en los labios.
Llevaba pantalones cortos y una camiseta verde un poco desteñida por los lavados.
—¿Cuántos días vas a quedarte en Florida?
—Tres gloriosas semanas —contestó ella con una sonrisa—. Mi abuela me regaló las vacaciones. Yo no tengo dinero para pagarme estos lujos.
En aquel momento, todo tenía sentido. Desde el primer momento, a Pedro no le había parecido la típica turista. Su abuela le había regalado unas vacaciones que seguramente necesitaba y él estaba aprovechándose de su tiempo, haciéndola sentir culpable por un accidente que, en realidad, no había sido culpa de nadie.
—Te prometo que después de hoy no volveré a aprovecharme de ti.
Ella sonrió de nuevo.
—No me importa. Si estuviera todo el día en la playa, me aburriría. Y con Bautista , las diversiones están muy restringidas.
—Gira a la derecha —dijo Pedro , señalando una calle. Después, se quedó mirando su perfil—. Seguro que eres una buena auxiliar de clínica.
—¿Por qué dices eso?
—No lo sé. Es fácil imaginarte aleteando de paciente en paciente, ofreciendo pastillas y alegría al mismo tiempo.
—Yo no aleteo —rió Paula—. Pero me gusta pensar que soy una buena profesional. Parte de mi trabajo consiste en hacerme cargo de las necesidades emocionales de los pacientes, además de sus necesidades médicas.
Pedro tenía un par de necesidades que no le importaría ver atendidas por ella. Un segundo después, señaló otra calle, intentando apartar de sí aquellos pensamientos. Pero la realidad era que Paula Chaves le parecía la mujer más atractiva que había conocido en muchos años.
—¿A quién vamos a vigilar? —preguntó ella entonces.
Pedro cambió de posición, intentando ponerse cómodo.
—Se llama Samuel Jacobson y vamos a una casa por la que no ha aparecido en seis meses. Anoche me llamó un informador para decirme que Jacobson estaría hoy aquí y lo único que quiero es ver si es cierto para llamar a un amigo del cuerpo de policía. Él se encargará de arrestarlo —contestó Pedro, mostrándole un móvil que llevaba en el bolsillo.
—¿Arrestarlo? ¿Ese hombre es un delincuente? —preguntó Paula, preocupada.
—Sí, pero no te preocupes, no es peligroso — sonrió Pedro—. Puede que sea un *******, pero no soy un ******* sin conciencia. Nunca hubiera aceptado venir aquí con Bautista y contigo si pensara que hay el más mínimo peligro.
Ella sonrió, más tranquila. ¿Serían sus labios tan cálidos y suaves como parecían?, se preguntó él tontamente. ¿Se abrirían bajo los suyos? ¿Enredaría los brazos alrededor de su cuello, se apretaría contra su pecho? Pedro intentaba apartar aquellos pensamientos de su mente, pero seguían apareciendo a pesar de sus esfuerzos.
Paula estaba allí de vacaciones y en menos de tres semanas volvería a Kansas. Probablemente se casaría con un médico y viviría feliz para siempre.
Además, lo único que Pedro quería de ella era una noche. Una sola noche de placer sin complicaciones.
Bautista  lanzó un grito desde el asiento de atrás, como si hubiera leído sus pensamientos y quisiera protestar.
—Seguramente tiene hambre —dijo Paula , señalando una bolsa de plástico a los pies de Pedro—. En la bolsa hay un par de plátanos. ¿Te importa pelar uno?
—Taño —dijo Bautista, asintiendo con la cabeza.
Pedro encontró plátanos, una bolsa de patatas fritas, caramelos, chicles y un paquete de salchichas.
—¿Has comprado todo esto de camino a mi casa?
—Un espionaje no es espionaje si no hay chucherías. Por lo menos, en las películas.
Pedro se volvió para darle el plátano al niño.
—Papá —sonrió Bautista, mordiendo la fruta.
—De eso nada —replicó Pedro. Después, se volvió de nuevo—. Vale… ahora ve más despacio. Nos estamos acercando a la casa.
En los últimos seis meses, Pedro había estado en aquella zona muchas veces, esperando encontrar algún signo de vida en la casa de Jacobson.
—Dime dónde tengo que parar.
—Es la casa pintada de, gris. Aparca ahí, bajo el árbol —le indicó él—. Puedes apagar el motor.
Paula obedeció y después echó el asiento hacia atrás para estirar las piernas. Tenía unas piernas preciosas… largas, con la piel dorada y suave. Pedro se imaginaba a sí mismo tocando aquellas piernas…
¿Qué le estaba pasando? ¿Por qué no podía dejar de pensar en aquella mujer?
Paula  le había dicho que él no era su tipo, que no era su príncipe azul. Y Pedro tampoco creía que pudiera encontrar nunca a la mujer de sus sueños.
Entonces, ¿por qué tenía aquel repentino deseo de convencerla de que, al menos, podía ser su príncipe azul durante una noche?

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