lunes, 27 de octubre de 2014

Simplemente un beso: Capítulo 32

Pedro se negaba a pensar que su deseo por ella fuera más complicado que eso.
Eran las diez cuando llegaron a su casa y el cielo estaba cuajado de estrellas.
—¿Por qué no entras para tomar la taza de café que no tomaste anoche? —le preguntó. Paula apagó el motor y se volvió para mirar a Bautista,  que dormía en su sillita—. Podrías ponerlo en la cuna de Bobby.
Ella vaciló un momento.
—Muy bien. Pero solo un ratito.
Minutos más tarde, Pedro observaba desde el umbral cómo ella colocaba a Bauti en la cuna en la que, una vez, había dormido su hijo.
Paula besó al niño en la frente y lo cubrió con una mantita. Al ver el amor en los ojos femeninos, el corazón de Pedro se encogió.
¿Habría alguien cubriendo a Bobby con una manta en ese momento? ¿Besándolo en la frente y dándole las buenas noches? Pedro esperaba que sí. La idea de que su hijo estuviera solo o fuera infeliz lo atormentaba.
Angustiado, fue a la cocina para encender la cafetera. No podía seguir pensando en Bobby o se volvería loco.
—Está completamente dormido —dijo Paula, entrando unos segundos después.
—El café estará listo dentro de un momento.
Ella lo miró entonces, con aquellos ojos verdes que lo hacían desear ahogarse en ellos.
—Debe ser difícil para ti estar con Bautista.
—Estoy aprendiendo a vivir con el miedo constante de algún asalto, pero no importa —intentó bromear él.
—Lo digo en serio. Acabo de darme cuenta.
Pedro  tomó dos tazas del armario y se volvió hacia la mesa.
—Al principio, me resultaba difícil —admitió—. Bauti tiene la misma edad que tenía Bobby cuando lo perdí. Cada vez que Bauti me miraba, me recordaba a mi hijo.
—Lo siento mucho. Debería haber pensado…
—Por favor, no te disculpes. Además del dolor, me ha hecho recordar muchas alegrías. Y, de repente, no sé cómo, Bauti ha dejado de recordarme a Bobby y se ha convertido en Bautista, una persona diferente —sonrió Pedro—. ¿Cómo quieres el café?
—Solo.
—Vamos a tomarlo en la terraza.
Ella asintió. Cuando entraban en el dormitorio, Pedro intentó no mirar la cama, intentó no imaginarse a sí mismo allí, con Paula desnuda entre sus brazos.
La noche era cálida, aunque la brisa del mar la refrescaba un poco. El cielo estaba brillante de estrellas, que iluminaban la terraza.
Paula se sentó en una silla y Pedro lo hizo a su lado. Estaba guapísima bajo la luna y podía oler su perfume, mezclado con el olor a sal.
—Parece que, durante los últimos días, no he dejado de darte las gracias, pero quiero dártelas de nuevo… por llevarme a Miami.
—Espero que obtengas algún resultado del viaje —suspiró Paula, poniendo una mano sobre su brazo—. Me encantaría que encontrases a Bobby.
Pedro se levantó para acercarse a la barandilla de la terraza. Se quedó mirando las olas, sin atreverse a soñar que aquello fuera verdad algún día.
Ella se colocó a su lado unos segundos después.
—Esto es tan bonito —dijo en voz baja—. Debe ser precioso ver amanecer desde aquí.
Pedro se volvió para mirarla al mismo tiempo que lo hacía ella. No sabía quién de los dos había dado el primer paso, solo que, de repente, Paula estaba en sus brazos y él se hundía en sus ojos verdes. Y después, en la dulzura de sus labios.
Paula no se apartó. Todo lo contrario, se apoyó sobre su pecho, tan ansiosa como él.
Pedro la estrechó entre sus brazos y acarició su espalda sin dejar de besarla, haciendo que sus lenguas bailaran con un frenético ritmo de deseo.
La brisa del mar no podía calmar la fiebre que lo poseía, todo lo contrario.
Hambriento, metió las manos por debajo de la camiseta para acariciar la suave piel femenina mientras seguía tomando posesión de su boca, comiéndosela, permitiendo que su dulzura lo llenara.
Por fin, con desgana, dio un paso atrás y la miró a los ojos.
—Quédate conmigo, Paula. Quédate esta noche y por la mañana los dos podremos admirar el amanecer.
Pedro vió el deseo en los ojos femeninos y de nuevo buscó sus labios. No recordaba haber deseado a una mujer como la deseaba a ella. Y sabía que Paula lo deseaba con la misma intensidad.
Cuando se apartaron, los dos estaban sin aliento.
—Quédate —susurró, acariciando su cara. Paula cerró los ojos. Las caricias del hombre eran más de lo que podía soportar—. Deja que te haga el amor, deja que te abrace. Quédate esta noche, Paula.

2 comentarios:

  1. Esto se llama maldad Naty!!!!!!!! No podés dejarnos ahí. Quiero el próximo cap x favorrrrrrrr!!!!!!!!!

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  2. Natyyyyy malvada jajajajjaaj como nos dejas ahí justiito , subí uno mas porfi

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