miércoles, 29 de octubre de 2014

Simplemente un beso: Capítulo 35

—No sabes de qué estás hablando —replicó él, furioso.
Después, miró a Bautista, que dormía tranquilo en su cuna, para comprobar si lo había despertado.
Pedro se dirigió al salón y Paula lo siguió.
—Tu esperanza vive en esa habitación. Un hombre que no tiene esperanza no mantiene una habitación intacta durante cinco años. No es una obsesión insana lo que te hace comprarle juguetes en su cumpleaños. Es la esperanza de encontrar a tu hijo.
Pedro se colocó frente a la ventana, de espaldas a Paula. Ella contuvo el aliento, esperando que sus palabras hubieran penetrado en aquella dura cabeza, rezando para que reconociera quién era en lugar de quién decía ser.
Cuando se volvió para mirarla, la luz de sus ojos había desaparecido y su rostro mostraba una desesperación que le partió el alma.
—Eso no es esperanza. Es expiación.
—¿Expiación? Pero eso significa culpa. ¿Por qué te sientes culpable?
Su expresión atormentada la hizo desear abrazarlo, consolarlo. Pero no se movió. Sabía que no era el momento.
—Debería haber querido a Sherry. Quizá entonces las cosas habrían sido diferentes. Debería haber hecho más, haber sido lo suficientemente bueno como para encontrar a mi hijo —empezó a decir Pedro, mostrando un desprecio por sí mismo que a Paula le dolía tanto como a él—. No sé qué hice, pero debí hacer algo mal y por eso perdí a Bobby — añadió, respirando con fuerza, como intentando domar los demonios que había en su interior—. El destino decidió hace cinco años que no estaba hecho para ser padre.
—El destino no decidió eso —exclamó Paula—. Lo decidió Sherry. Y tú hiciste todo lo posible para encontrar a tu hijo. No es culpa tuya que ella fuera tan egoísta.
—Ya da igual. Aunque pudiera estar contigo, Bautista se merece algo más de lo que yo puedo darle.
Paula pensó en su hijo, en cómo lo había llamado «papá» desde el principio. Algo que jamás había hecho antes.
—Bautista se enamoró de tí antes que yo —dijo suavemente—. Y ya sabes lo que dicen sobre los niños y los animales. Ellos conocen instintivamente la naturaleza de las personas…
—No sigas, Paula.
Había un horrible tono de despedida en su voz.
Pedro se acercó y tocó su cara con los dedos, un roce que la entristeció tanto como el vacío que veía en sus ojos.
—Vuelve a casa, Paula. Vuelve a Kansas y encuentra a tu príncipe azul. Encuentra a un hombre que pueda compartir contigo ese entusiasmo por la vida, que comparta tu fe en el amor y la felicidad.

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