viernes, 24 de octubre de 2014

Simplemente un beso: Capítulo 26

Cuando el hombre de su vida apareciera, ella lo sabría inmediatamente y no tendría que cambiarlo. Sería perfecto.
Pero no podía explicarse la alegría que sintió al ver la casa de Pedro. No podía explicarse los fuertes latidos de su corazón ante la idea de volver a verlo.
—Papá —dijo Bautista, cuando lo tomó en brazos para subir las escaleras del porche.
—No es papá, cariño. Es Pedro —lo corrigió Paula.
Bautista rió, señalando la puerta.
—Papá —repitió.
Ella frunció el ceño mientras llamaba a la puerta. No pensaba discutir con un niño de dos años, pero aquella fijación de Bautista empezaba a preocuparla.
Pedro abrió la puerta y Paula se quedó sin aliento. Nunca le había parecido más guapo. Se había afeitado y llevaba el pelo peinado hacia atrás, unos pantalones azul marino, con una de las perneras cortadas para acomodar la escayola, y una camiseta de color azul claro que resaltaba el de sus ojos. Había dejado las muletas y solo se apoyaba en un bastón.
—Justo a tiempo.
Cuando entró, Paula percibió el olor a cera para muebles y limpiacristales. Obviamente, alguien había limpiado la casa de arriba abajo.
—Qué limpia está la casa.
—María vino ayer —explicó Pedro.
—¿Tuviste que darle un aumento?
—Esta vez tuve suerte. Había perdido en el bingo y llegó a casa contrita y sin ganas de pelea. Ven a la cocina.
Paula tomó la mano de Bautista y los tres fueron a la cocina, donde Pedro había estado preparando una ensalada.
Una vez allí, le dio al niño sus juguetes favoritos y Bautista se sentó en el suelo, tan contento.
—¿Quieres que la haga yo? —preguntó Paula, señalando la ensalada.
—Vale. Tengo que confesar que cortar tomates con una sola mano no es nada fácil. ¿Quieres una copa de vino?
—Sí, claro.
Entre ellos había una formalidad que no había existido antes y que la ponía un poco nerviosa.
—Toma —dijo él, poniendo una copa de vino a su lado mientras Paula cortaba los tomates—. Las patatas están en el horno y creo que la barbacoa está lista para los filetes.
—Qué bien. Cuando termine con la ensalada, ¿quieres que ponga la mesa?
—Ya lo he hecho yo. He pensado que podríamos cenar en la terraza.
Ella terminó de cortar los tomates y aliñó la ensalada antes de volverse.
—¿Alguna cosa más?
—No. ¿Por qué no vamos a la terraza? La barbacoa está preparada allí.
—Muy bien.
Tuvieron que hacer tres viajes hasta tenerlo todo preparado en la terraza, pero una vez hecho, Paula se sentó en una silla, con Pedro frente a la barbacoa y Bautista en el suelo.
—¿Cómo te gusta la carne?
—En su punto —contestó ella, preguntándose qué pasaba, por qué se portaban como dos extraños.
Algo había cambiado entre ellos y ese cambio la llenaba de una tensión que no había sentido antes estando con Pedro.
Mientras tomaba un sorbo de vino, lo estudió detenidamente. ¿Era Pedro quien provocaba la tensión porque ella conocía los secretos de su pasado? ¿Porque conocía su dolor?
Sabía que le había contado la historia de Sherry y Bobby a regañadientes y que probablemente no se la habría contado si ella no hubiera entrado en el dormitorio del niño por error.
Pero no creía que esa fuera la causa de la tensión que había entre ellos.
Los filetes se estaban haciendo y el aire se llenaba de un delicioso olor a carne. Pedro se apartó de la barbacoa para sentarse un rato y, al hacerlo, la pierna del hombre rozó la suya. Paula supo entonces sin duda qué estaba causando la tensión.
El beso. El recuerdo de aquel beso apareció de nuevo en su mente. Había sido un beso ardiente… ansioso. Ese beso la había turbado hasta el fondo de su ser, más de lo que la había turbado ningún otro.
Lo que había entre ellos era pura tensión sexual. Una tensión que aumentaba por segundos.
Y lo que realmente la molestaba era que, en su interior, deseaba que el beso se repitiera.
Paula no solo tenía pecas en la nariz, sino en el escote. Pedro se fijó en ellas cuando se inclinó para acariciar la cabecita de Bautista.
El movimiento le permitió ver no solo las pecas, sino la suave curva de sus pechos bajo el vestido. Por un momento, sintió que tenía mucho en común con los filetes que se estaban haciendo en la barbacoa. Estaba ardiendo, quemándose.

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