viernes, 24 de octubre de 2014

Simplemente un beso: Capítulo 25

Paula se despertó al amanecer. Después de comprobar que Bautista seguía dormido en su cuna, se levantó y preparó un café en la cafetera que había en la habitación del hotel. Mientras esperaba, se dió una ducha rápida y se vistió.
Minutos más tarde, con una taza de café en la mano, miró por la ventana intentando decidir que haría aquel día. El sol empezaba a salir, prometiendo otro día cálido y sin nubes. Pero la idea de pasar el día tumbada en la playa no le apetecía nada.
Bautista y ella habían pasado el día anterior en la playa, haciendo castillos en la arena y jugando a la orilla del mar. El aire fresco y el ejercicio los había dejado agotados y cuando volvieron a la habitación, se quedaron dormidos casi inmediatamente.
Quizá podrían ir a dar una vuelta por el pueblo, pensó, tomando un sorbo de café. Aunque Masón Bridge no tenía mucho que ofrecer a los turistas, Paula había visto un par tiendas en las que podría echar un vistazo. Pedro.
La imagen de aquel hombre llenaba su mente y una punzada de remordimiento la sorprendió al recordar cómo se habían despedido. Él estaba enfadado y ella se había sentido ofendida, pero hubiera deseado despedirse de otra forma.
Paula frunció el ceño, intentando apartar la imagen del hombre de su mente. No ganaba nada pensando en él.
Disfrutaría de sus vacaciones y después volvería a casa, a seguir con su vida. Pedro había sido una diversión, pero nada más. Como diría él: un barco pasando en la noche.
Consiguió no pensar en él durante toda la mañana, mientras Bautista y ella visitaban el pueblo. Volvieron al hotel después de las dos y el niño se quedó dormido inmediatamente, mientras Paula sacaba las cosas que había comprado.
Había encontrado una preciosa cajita de madera para su abuela, que las coleccionaba, y una camiseta para ella con el típico logo del pueblo. Solo esperaba que dormir con aquella camiseta no despertara recuerdos de cierto hombre moreno de ojos azules.
Después de guardar la cajita en su maleta, decidió llamar a su abuela y darle las gracias de nuevo por las vacaciones.
Pero cuando iba a descolgar el auricular, vió que la luz del contestador estaba encendida. Paula pulsó el botón y se sorprendió al escuchar la voz de Pedro.
—Paula, soy yo… Pedro. Pedro Alfonso. Esto… ¿podrías llamarme cuando llegues al hotel?
El mensaje terminaba con su número de teléfono.
Paula dudó un momento antes de marcar. ¿Para qué habría llamado? ¿Se habría dejado algo en su casa? No podía ser, no recordaba haberse dejado nada.
Entonces, ¿para qué la había llamado? Parecía incómodo, nervioso. No parecía el mismo Pedro Alfonso.
—Solo hay una forma de enterarse de lo que quiere —murmuró para sí misma, antes de marcar el número—. Pedro, soy yo —dijo, aparentando una tranquilidad que no sentía.
—Hola, Paula.
Paula intentó ignorar el vuelco que dió su corazón al escuchar la ronca voz masculina. Era ardor de estómago, se dijo, probablemente a causa de la comida picante.
—He recibido tu mensaje. ¿Qué ocurre?
—Tengo algo para tí y quería saber si podías pasarte por mi casa.
—¿Algo para mí? —repitió ella, sorprendida.
—No es nada importante, solo algo que he pensado que te vendría bien —dijo él, nervioso—. ¿Puedes pasarte por mi casa?
—¿Ahora mismo? —preguntó ella, mirando al niño dormido—. Bautista está durmiendo, así que tendría que ser por la tarde.
Al otro lado del hilo hubo una larga pausa.
—¿Por qué no vienes a cenar? Tengo un par de filetes en el congelador y podría hacer una barbacoa… a menos que tengas otros planes.
—No tengo otros planes.
Estaba confusa. Dos días antes, prácticamente la había echado de su casa y, de repente, quería que fuera a cenar con él.
—¿Por qué no vienes con el niño alrededor de las ocho? Tengo salchichas para él.
—Muy bien. Nos veremos a las ocho.
Dulce colgó, más confundida que nunca. Casi le parecía como si Pedro le hubiera pedido una cita. Pero eso era ridículo.
Aun así, aquella tarde mientras se arreglaba, sentía que estaba vistiéndose para una cita. Después de probarse todo lo que había llevado en la maleta, se decidió por un vestido rosa muy informal, pero algo más elegante que unos pantalones cortos.
Un poco de máscara de pestañas, un poco de brillo en los labios, un poquito de perfume y… estaba lista para salir.
Con Bautista en un brazo y la bolsa de los pañales en el otro, entró en su coche y se dirigió a casa de Pedro Alfonso.
Mientras conducía, intentaba controlar los nervios. Pedro era un pesimista, un antipático y un hombre sin sueños ni esperanzas.
Pero sabía que sería más fácil pensar eso de él si no conociera sus circunstancias.
En realidad, le gustaba Pedro. Pero se negaba a permitir que sus sentimientos por él fueran más allá de eso.
Su príncipe azul no sería huraño y tampoco sería un hombre sin esperanzas. Paula había intentando convertir a Bill en el hombre de sus sueños y no había funcionado. No pensaba cometer el mismo error intentando convertir a Pedro Alfonso en lo que no era.

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