viernes, 17 de octubre de 2014

Simplemente un beso:Capítulo 11

Cuando Bautista se acercó con un camión en la mano, Pedro frunció el ceño. Afortunadamente, era de plástico. Si hubiera sido de metal, se habría preocupado.
—Tamión —le dijo el niño, ofreciéndole el juguete.
—Sí —murmuró Pedro , mirando a la mujer que estaba sentada frente a su ordenador.
Un momento antes, cuando ella se había inclinado para ver la pantalla, estaban tan juntos que en lo único que pensaba era en besarla. Había sido un lapsus momentáneo y, afortunadamente, no había seguido su impulso.
Aun así, lo que ese impulso le había hecho pensar era en la vida de monje que llevaba desde unos años atrás.
Lo que necesitaba era encontrar una mujer que creyera en las mismas cosas que él: nada de compromisos, nada de relaciones estables, solo pasar buenos ratos juntos, sexo y nada más.
Pedro sabía bien que Paula Chaves no entendería esas reglas. Ella no solo esperaría, sino que exigiría un compromiso. Además, solo estaría en Florida durante unas semanas antes de volver a Kansas para seguir buscando a su príncipe azul.
Con un poco de suerte, podría manipular su sentimiento de culpabilidad por el accidente para que le hiciera un par de comidas antes de que volviera a casa. Pero nada más.
Pensando en eso, tomó el teléfono y marcó el número del restaurante italiano. Dos minutos más tarde, había pedido su pizza favorita, la que llevaba de todo. Después de colgar, se sobresaltó al ver que Bautista había saltado al sofá y estaba mirándolo con sus ojitos azules.
—Tamión —repitió el niño, ofreciéndole el juguete de nuevo. Sus ojos sostenían los de Pedro sin parpadear, completamente concentrado como solo podía estarlo un niño pequeño.
Con un suspiro de resignación, luchando contra lejanos recuerdos que le hacían sentir alegría y dolor al mismo tiempo, Pedro tomó el camión.
Bautista sonrió.
— ¡Mami! —gritó, señalando a Paula.
— Sí, ya lo sé. Es tu mamá — asintió Pedro. Habían pasado casi cinco años desde la última vez que tuvo cerca a un niño de la edad de Bautista.
Y durante ese tiempo, había tomado la decisión de no relacionarse con niños nunca más. No comía en restaurantes familiares, no iba al zoo ni al parque de atracciones y no solía ir al cine cuando la película era para menores de dieciocho años. Pero no había forma de evitar a aquel crío que parecía decidido a conectar con él de cualquier forma.
—Lus —dijo Bautista entonces, señalando la lámpara.
—Luz —asintió Pedro , preguntándose si iba a tener que repasar el repertorio completo de vocabulario mientras el crío señalaba cada objeto.
Bautista se puso de pie en el sofá y se apoyó sobre su pecho.
—Papá —dijo el niño entonces.
Sin previo aviso, apretó la nariz de Pedro . Las diminutas uñas eran como pinzas de cangrejo y Pedro soltó un grito de protesta.
—¡Suéltame!
— ¡Papá! —gritó Bautista, sin soltar su presa. Paula se volvió y al descubrir la escena, se puso la mano en la boca.
— ¡Bautista, suéltalo! —gritó, levantándose de la silla.
Bautista le ofreció una sonrisa angelical.
—Papá.
—Pedro no es tu papá, cielo —dijo ella, inclinándose para soltar la manita del niño.
Pedro sintió como una corriente eléctrica cuando los pechos de Paula rozaron su cara. Casi podría creer que merecía la pena perder la nariz si podía disfrutar de aquel momento de placer.
Cuando consiguió apartar al niño, lo puso en el suelo y lo miró muy seria.
—Eso no está bien, Bautista —lo regañó, antes de mirar a Pedro—. ¿Te ha hecho daño?
De nuevo, se inclinó sobre él para inspeccionar la nariz. Estaba tan cerca que podía ver los puntitos dorados en sus ojos verdes. Sus labios estaban entreabiertos, como esperando el beso de un amante, y podía sentir la calidez de su aliento en la cara.
De repente, estaba demasiado cerca. Y era demasiado atractiva.
—Estoy bien —dijo Pedro , apartando la mirada—. A menos que necesite la inyección del tétanos.
—No creo que sea necesario —replicó Paula, incapaz de disimular una sonrisa.
—Pues será mejor que encuentres a tu príncipe azul cuanto antes. Ese niño tiene una fijación con su padre.
—Papá —repitió Bautista entonces, señalando a Pedro.
—Debe haberlo aprendido en la guardería —dijo entonces Paula, con expresión preocupada—. Es la primera vez que lo hace.
Antes de que pudiera seguir hablando, alguien llamó a la puerta.
—Debe de ser la pizza —dijo Pedro, sacando un billete de veinte dólares de la cartera—. ¿Te importa? —preguntó, ofreciéndole el dinero.
—Claro que no —contestó ella, tomando el billete. Unos segundos después, volvía con la pizza—. ¿Dónde quieres cenar, aquí o en la cocina?
—¿Por qué no cenamos en la terraza?
Aún podía sentir el roce de sus pechos en la cara, seguía oliendo su perfume. Dentro de la casa hacía demasiado calor y le parecía, de repente, demasiado pequeña. Necesitaba salir, respirar aire fresco.

5 comentarios:

  1. Ayyyyyyyyy, me fascina esta historia. Ese niñito es mi ídolo jajaja

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  2. Amo a Bauti !! y me encanta la novela. :))

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  3. muchas gracias por comentar siempre, si tenes tw decime así te anoto y te paso la nove si queres

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  4. Muy buenos capítulos! Me encanta q Pedro se sienta atraído por Pau también! Un amor Bautista, quiere q él sea su papá como sea!

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