miércoles, 30 de abril de 2025

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 80

 —¿Con cuál de ellas?


—Con Delfina —respondió—. Me ha dicho que estaba utilizando mi trabajo como excusa para no tener que afrontar mis sentimientos. Y tenía razón. Me da miedo lo que siento por tí. No me gusta la persona en la que me había convertido, la persona que tú cambiaste durante unos días en un rancho de las montañas.


Paula se detuvo un momento y añadió:


—Me recordaste las cosas que siempre había querido, las cosas a las que había renunciado. La familia, la amistad, el afecto.


—¿Y ahora las quieres? —preguntó él, mirándola a los ojos.


—Sí. Me resistía a ellas porque tenía miedo de abrir mi corazón y que me volvieran a hacer daño otra vez.


Pedro asintió.


—Lo sé, amor mío. Me dí cuenta cuando estabas en la cocina, preparando aquellas galletas. Y supe que eras feliz en el rancho, pero no encontraba la forma de hacértelo ver.


—Y era feliz —le confesó ella—. Lo era porque tú me diste lo más importante de todo, tu aceptación.


Él frunció el ceño.


—¿Mi aceptación?


—En efecto. Es cierto que intentas arreglar los problemas de la gente, pero no los quieres cambiar, aceptas su forma de ser e intentas demostrarles que son valiosos y merecedores de tu tiempo y esfuerzo.


—Vaya, no sé qué decir... —declaró, emocionado.


—Pues no digas nada —replicó ella—. Estoy enamorada de tí, Pedro. Ni lo esperaba ni lo estaba buscando, pero lo estoy y te amo con locura.


Pedro la miró con ojos brillantes.


—Pues ahora tenemos un problema.


—¿Cuál?


—Que ardo en deseos de besarte otra vez. Pero estamos en la casa de tu abuela, y nos arriesgamos a que uno de sus vecinos nos vea y lo vaya contando por ahí —contestó—. ¿No podríamos pasar dentro, paraestar más cómodos y...?


Ella lo tomó de la mano y lo llevó al interior de la casa, donde él la abrazó y la besó apasionadamente, sin temor a los posibles testigos. Cuando rompieron el contacto, Hope sonrió. Se había quitado un terrible peso de encima. Volvía a ser la que había sido años atrás, antes de permitir que el miedo dominara su existencia. Y, de repente, se acordó de que tenía un regalo para él.


—Lo he conseguido, Pedro. He encontrado la fotografía perfecta.


—¿En serio?


Ella asintió.


—Quédate aquí. Te la enseñaré.


Paula corrió escaleras arriba, recogió el portátil y volvió a bajar.


—Todavía no he tenido ocasión de imprimirla —dijo, mientras la buscaba—. Pero échale un vistazo... Son Abril y tú.


Pedro miró la imagen.


—¿Esta es la fotografía perfecta? —preguntó, extrañado.


Ella asintió otra vez.


—Lo es porque contiene todo lo que deseo —Paula dejó el ordenador en una mesa—. Esta mañana, cuando salí a disfrutar de las fiestas de Beckett’s Run, me encontré con mis padres. ¿Y sabes una cosa? Creo que por fin han encontrado la felicidad. Pero yo no quiero esperar tanto como ellos. Quiero ser feliz ahora. Quiero tener mi propia familia, y dar hijos al hombre maravilloso que me hace reír.


—¿Me estás pidiendo que vivamos juntos? —preguntó él, arqueando una ceja.


—Bueno, puede que sea un poco precipitado —respondió con una sonrisa—, pero Delfina tiene razón. Soy una profesional autónoma, así que puedo trabajar donde quiera. Y no tiene sentido que me quede en Australia cuando mi corazón está en Canadá.


—No, definitivamente no. Pero, ya que estás tan ansiosa por estar conmigo, ¿Qué quieres que hagamos en Nochevieja?


—¿Aún tienes ese trineo?


Él le acarició la cara.


—Por supuesto.


—Entonces, podríamos hacer algo en él... —declaró Paula con picardía—. Pero antes, tendré que presentarte a mi familia.


—Y yo estaré encantado de conocerla.


Pedro sonrió y la tomó de la mano. Justo entonces, se activó el sistema automático de las luces del jardín y toda la decoración navideña cobró vida. Paula le apretó los dedos con cariño y dijo:


—Feliz Navidad, amor mío.


Él sonrió con dulzura.


—Amor mío... —repitió—. No sabes cuánto me gustan esas palabras.








FIN

No hay comentarios:

Publicar un comentario