Momentos más tarde, Pedro cambió de dirección y se dirigió a la casa por detrás.
—¿Te apuntas al siguiente paseo? ¿O tienes demasiado frío?
Ella se sentía tan bien que estuvo a punto de aceptar el desafío. Pero sacudió la cabeza porque no quería estar demasiado tiempo con él. Solo habría servido para que la despedida fuera más dolorosa.
—No, creo que volveré a la cocina, a ayudar a Rosa.
—De acuerdo, pero no olvides que, cuando vuelva a casa, tendremos que interpretar los papeles de elfo y Papá Noel.
Paula se estremeció.
—Descuida. No lo he olvidado.
Pedro detuvo el trineo y le ofreció una mano para ayudarla a bajar. Paula saltó a tierra, pero lo hizo tan cerca de él que las cremalleras de sus chaquetas se tocaron. Y, durante unos segundos, no hicieron nada salvo mirarse a los ojos.
—Será mejor que me vaya —dijo ella, nerviosa.
—Sí, será mejor.
Paula dió media vuelta y se dirigió a la entrada de la cocina, oyendo las risas de los niños que iban a dar el segundo paseo del día. Era un sonido maravilloso, pero también triste. Porque, por mucho que le gustara aquel lugar, por muy bien que se sintiera en Bighorn, no pertenecía a él. Solo estaba allí de prestado. Y cada vez le dolía más. Pedro pensó que estaba preparado para ver a Paula vestida de elfo, pero se equivocaba. Se equivocaba por completo. Tras dejar a los caballos en sus cuadras, entró en la casa para ponerse el disfraz de Papá Noel. Pero, antes de llegar a su habitación, echó un vistazo al dormitorio de ella y la descubrió vestida de verde. Estaba tan guapa como extrañamente sexy, a pesar del ridículo sombrero. Los leotardos enfatizaban la longitud de sus piernas, que parecían interminables. Y los faldones cortos de la chaqueta hacían maravillas con sus muslos. Por fin, entró en el dormitorio, se quitó la ropa y se puso el disfraz de Papá Noel, la barba blanca, el cojín para simular barriga y las botas negras, además del saco rojo que Rosa le había preparado. El saco contenía un dulce y un regalo para cada uno de los niños. No eran gran cosa, pero los habían elegido y envuelto con tanto cuidado como cariño.
—¡Jo, jo, jo! —bramó al llegar al salón.
Todos los niños se giraron hacia él.
—¡Es Papá Noel!
Pedro no estaba muy convencido con el personaje que debía interpretar. Seguramente, era mucho más alto que la mayoría de los Papá Noel; pero esperaba que la barba postiza ocultara la cicatriz, y que su voz sonara tan grave como debía.
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