Mientras echaba un vistazo al GPS del vehículo, frunció el ceño. Se había ido del rancho para no pensar en Pedro Alfonso. Y, en lugar de no pensar en él, había estado tan presente en su día que lo había invadido todo. No lo podía evitar. Y no se trataba de que le gustara físicamente. Era que le gustaba por dentro. Cuando estaba cerca, se sentía como si alguien hubiera encendido una luz en su interior, cálida y brillante. Se estaba enamorando de él, y lo sabía. Pero, como bien había dicho a Nadia, no tenían ningún futuro. Ella no estaba dispuesta a dejar Sídney sin más razón que un encaprichamiento. Y la idea de mantener una relación a distancia le parecía ridícula. Solo tenía que resistirse a la tentación durante unos cuantos días. No podía ser tan difícil. Arrancó, tomó la calle Macleod para dirigirse al sur y suspiró. Aún faltaba la prueba de la fiesta de Navidad, pero habría mucha gente y Pedro estaría tan ocupado que, con toda seguridad, no tendría tiempo ni para saludarla. Desgraciadamente, eso no hizo que se sintiera mejor. Bien al contrario, se sintió peor que antes.
Durante el día siguiente, Paula intentó mantenerse lejos de Pedro. Cuando se levantó, puso una lavadora, envolvió los regalos y no bajó a desayunar hasta que vio que salía de la casa y se dirigía al granero. Tras tomarse un café y unos cereales, metió la taza y el cuenco vacíos en el lavavajillas y encendió el ordenador. Quería echar un vistazo a sus últimas fotografías, elegir unas cuantas y empezar a editar. Necesitaba diez o doce para que él las usara en los folletos y en la página web de Bighorn. Sin embargo, no tardó en comprobar que su anfitrión tenía más problemas de lo que se imaginaba. Su página web era un desastre. Pedía a gritos un diseño nuevo, algo que contuviera el alma del lugar y vendiera bien las muchas virtudes del centro de rehabilitación. De hecho, conocía a unas cuantas personas que la podían arreglar; y hasta ella misma, que no era precisamente especialista en diseño de páginas web, la podría haber mejorado. Pero no iba a estar allí para mejorarla. Y sospechaba que Pedro se negaría a gastar dinero en un diseñador. Poco después de las doce, apartó la vista de la pantalla y se frotó los ojos. Luego, miró por la ventana y vió que Pedro iba de un lado a otro con una pala gigantesca. Extrañada, se levantó de la silla y se acercó al cristal. Estaba retirando la nieve y haciendo una especie de pista junto a la que había colocado dos grandes troncos, con la evidente intención de que la gente se sentara en ellos.
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