lunes, 21 de abril de 2025

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 58

Paula no trabajó aquella mañana. Era el día de la fiesta de Navidad, así que dejó el portátil cerrado y se dedicó a ayudar a Rosa. Iban a preparar ponche para los adultos y chocolate caliente para los niños, además de galletas y pasteles. Mientras el ama de llaves se encargaba de los pasteles, se puso un delantal rojo y verde y empezó a hacer las famosas galletas de su abuela. La había llamado el día anterior para que le diera la receta, y se había quedado sorprendida al saber que Delfina había salido a ver a Juan Cruz Carson. Se preguntó si Juan Cruz saldría con vida de esa reunión; pero no dijo nada al respecto, porque su abuela parecía satisfecha. Derritió chocolate y, a continuación, preparó la masa. Rosa había encendido la radio, y estaba tarareando una canción.


—Buenos días.


Era Pedro. Acababa de entrar en la cocina, con las mejillas rojas por el frío y una sonrisa en los labios.


—Vaya, ¿Qué tenemos aquí? —continuó, mirando a Paula—. ¿Te has puesto un delantal? No sabía que te gustara ese tipo de moda.


—Pues ya lo sabes.


—¿Y qué estás haciendo?


—Las galletas de chocolate de mi abuela. Están para morirse, pero ya lo verás.


—¿También sabes de pastelería?


—Desde luego. Soy una caja de sorpresas.


—¿Ah, sí? —dijo con humor.


Pedro le robó una de las galletas que ya había preparado y le dió un mordisco. Paula notó que se le había quedado un poco de chocolate en el labio, y deseó limpiárselo con un beso. Pero se había prometido a sí misma que se iba a refrenar; y, por otra parte, Anna estaba presente.


—Tienes un poco de...


Paula señaló el problema, y Pedro se pasó la lengua por los labios.


—Gracias.


Ella se encogió de hombros y metió las galletas en el horno. Después, se lavó las manos y se las secó con un paño.


—Ah, por cierto, tengo un regalo para tí.


—¿Un regalo?


Ella asintió. Estaba nerviosa, y ni siquiera sabía por qué.


—Sí, pero tendrás que venir conmigo.


—Eso está hecho.


Paula se giró hacia Rosa, que estaba enfrascada en sus pasteles, y dijo:


—Vuelvo enseguida.


Cuando salieron de la cocina, Paula se intentó tranquilizar con el argumento de que solo estaría diez minutos con él, y de que en diez minutos no podía pasar nada importante. Pero no estaba nada segura. Pedro la siguió hasta su dormitorio, que no había pisado desde el día en que ella llegó a Bighorn Therapeutic Riding. La cama estaba hecha y el resto de la habitación, tan ordenado como limpio. Hasta se había molestado en alinear el portátil, que descansaba en una mesa, con la esterilla del ratón. Definitivamente, era una perfeccionista compulsiva. Pero eso no le interesó tanto como el hecho de que estuviera nerviosa. Casi no lo miraba, y la tensión de sus hombros era evidente. Volvió a mirar el delantal que llevaba y, al ver una mancha de chocolate, sonrió. Se había quedado sorprendido al verla en la cocina, preparando galletas. Siempre era tan elegante y aristocrática que verla literalmente con las manos en la masa le había parecido de lo más interesante. Era como si, por una vez, se hubiera puesto a la misma altura que el resto de los mortales. ¿Se estaría relajando por fin? Pedro esperaba que sí, porque lo necesitaba con más urgencia que nadie.

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