miércoles, 2 de abril de 2025

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 19

 —Que la luz no es adecuada. Hay demasiadas nubes, y la imagen de esa montaña quedaría demasiado oscura si saco una foto.


—Lástima que no puedas controlar las nubes —ironizó Pedro.


—No, no puedo. Ese es el motivo por el que no hago fotografías de la naturaleza. Hay demasiadas variables —dijo—. Prefiero la fotografía en estudio, donde puedo controlar las condiciones.


—Y, a pesar de ello, aún no has encontrado la fotografía perfecta — afirmó él.


Ella lo miró con disgusto.


—No, aún no.


Él sonrió.


—Creo que sé cuál es el problema.


—¿Cuál?


—Que, con tanta planificación, te pierdes la magia de las cosas.


Paula parpadeó.


—¿Magia? —dijo con sorna—. La magia no existe.


—Claro que existe. Pero no la encuentras porque no crees en ella — declaró Pedro—. La perfección no se puede organizar. Simplemente, surge.


—No digas tonterías.


Paula se metió la cámara bajo la chaqueta del traje de esquí y se subió la cremallera hasta el cuello. Su vulnerabilidad había desaparecido por completo. Se había puesto a la defensiva, y volvía a ser la mujer fría y distante que se había presentado en Bighorn. Pero a Pedro no le extrañó. La estaba desafiando una y otra vez, a pesar de que apenas se conocían.


—Te apuesto lo que quieras a que, cuando te vayas del rancho, tendrás la fotografía perfecta que tanto necesitas. Y la tendrás sin haber controlado ni planificado nada.


Ella soltó una carcajada.


—No puedo aceptar esa apuesta.


—¿Por qué no?


—Porque sería injusto. Me lo has puesto tan fácil que no puedo perder.


—¿Ah, no? Entonces, apuesta —insistió él—. ¿Qué me darás si gano yo?


Paula se dirigió a la motonieve.


—Olvídalo, Pedro. No voy a apostar contigo. Haré las fotografías para promocionar tu rancho y tu programa de rehabilitación, pero es mejor que me marche de aquí y busque alojamiento en otro sitio. Esta es tu casa. No pertenezco a este lugar. Haré un par de llamadas telefónicas y reservaré habitación en un hotel de Banff.


Pedro la miró fijamente. Era obvio que le había causado una fuerte impresión, porque Paula no se sentía capaz ni de estar con él en la misma casa durante unos cuantos días. Pero le molestó que tuviera tantas ganas de marcharse. En cualquier caso, sabía que no se podía ir. Faltaba poco tiempo para las Navidades, y no encontraría habitaciones libres en ninguno de los alojamientos hoteleros de la zona. Estaba condenada a quedarse en Bighorn. Sin embargo, prefirió no decírselo. Ya había descubierto que a Paula Chaves no le gustaba que le dijeran nada.


—¿Podemos volver? —preguntó ella—. Me estoy congelando.


—Sí, por supuesto —contestó.


Tras subirse a la motonieve, él arrancó, dió media vuelta y dirigió el vehículo hacia la calidez y la comodidad de la casa. Mientras descendían, Pedro pensó en lo que Paula había dicho y en lo que no había dicho. Empezaba a pensar que su abuela tenía razón. Era una solitaria y una adicta al trabajo que necesitaba urgentemente unas vacaciones. Pero, por desgracia, él era la última persona del mundo que se las podía dar.

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