viernes, 25 de abril de 2025

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 67

Paula guardó el disfraz de elfo y se puso unos vaqueros y un jersey ancho con bolsillos, en uno de los cuales metió el regalo de Pedro. Sus labios aún sentían un eco del contacto de su mejilla y de la barba postiza de Papá Noel, que no picaba tanto como había dicho. Todo el día había sido desconcertantemente perfecto. Sobre todo, en lo relativo a sus propias emociones, porque se sentía feliz, completa y maravillosamente bien. Por desgracia, la perfección estaba a punto de terminar. Solo faltaban unas horas para que abandonara Bighorn. Y la sensación de fin de fiesta aumentó un poco más cuando llegó a la cocina y vió que Rosa se estaba poniendo el abrigo.


—¿Ya te vas? —le preguntó.


—Sí —contestó el ama de llaves—. Espero que nos veamos por la mañana, para poder despedirme de tí.


Paula se encogió de hombros.


—No te preocupes por eso. No me voy hasta las once.


—En ese caso, nos veremos en el desayuno. Buenas noches, Paula.


—Buenas noches.


Por una parte, Paula ardía en deseos de volver a ver a su abuela; y también a su padre y a su madre, si era que Nadia estaba en lo cierto al afirmar que habían hecho las paces. Pero, por otra parte, lamentaba tener que dejar Bighorn. Una semana antes, habría dado cualquier cosa por marcharse de allí y buscar un alojamiento en un hotel de la zona. En ese momento, no se imaginaba un sitio mejor. Rosa ya se había marchado cuando Pedro entró en la cocina y ella se puso tensa otra vez. Su anfitrión se había puesto el abrigo, y se preguntó si tendría que hacer algún trabajo en el granero.


—Prepárate —dijo—. La noche no ha terminado.


Ella se estremeció.


—¿Ah, no?


Pedro sacudió la cabeza.


—No, ni mucho menos. Tengo algo que enseñarte.


—¿De qué se trata?


—Ya lo verás. Ponte algo para salir. Te espero fuera dentro de cinco minutos.


—Está bien.


Cinco minutos más tarde, Paula salió de la casa. Y lo primero que oyó fue el tintineo de las campanillas. Pedro había preparado el trineo. Ya era noche cerrada, pero la luz de la luna y las estrellas, combinada con el blanco de la nieve, competía abiertamente con la oscuridad. Y a Paula le pareció muy romántico que quisiera salir con ella a esas horas. Su parte más desconfiada le aconsejó que fuera cauta; pero la más apasionada le dijo que disfrutara del momento y aprovechara sus últimas horas en aquel lugar. Al fin y al cabo, ¿Qué había de malo en un poco de romanticismo? No era más que un coqueteo sin importancia. Aunque lo iba a echar de menos. Pedro se sentó en el pescante y la miró.


—¿Vienes conmigo?


—Por supuesto.


Ella subió al trineo y se sentó a su lado. Pedro había llevado una manta para que se taparan las piernas, y había dejado una cesta a sus pies.


—¿Preparada?

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