Tras la conversación de aquella mañana, Paula había llegado a la conclusión de que se preocupaba demasiado por el bienestar de Pedro. Se empezaba a sentir excesivamente atraída por aquel hombre. Había estado a punto de abrazarlo cuando le contó que tenía un hermano gemelo y que había fallecido en un accidente de coche. Había deseado animarlo, reconfortarlo, darle calor. Y aún recordaba el contacto de su mano en la mejilla. Era mejor que mantuviera las distancias. De lo contrario, terminaría tan cautivada por él como las madres que lo miraban con ojos libidinosos, creyéndolo la perfección personificada.
Pedro lo vió desde la motonieve, y en ese momento lo estaba arrastrando hacia el granero. Era un magnífico árbol de Navidad. Casi dos metros y medio de abeto, una altura ideal para el salón de la casa. Y, cuando le quitara la nieve y lo adecentara, quedaría perfecto. Sospechaba que a Paula no le haría ninguna gracia que hubiera cortado un árbol por un motivo tan frívolo, pero necesitaba uno para la fiesta de Navidad y para contentar a sus padres, que iban a llegar en Nochebuena. Además, esperaba que las celebraciones la animaran. Aquella mañana, al ver su mirada de tristeza, se le había encogido el corazón. Necesitaba divertirse y dejar de pensar en sus problemas personales. Cuando terminó de limpiar el abeto, lo arrastró hacia la casa y lo llevó al salón, donde había preparado un tiesto adecuado para sostenerlo. Momentos después, ella apareció al pie de la escalera y lo miró con curiosidad.
—¿Qué estás haciendo?
—Poniendo el árbol. ¿Quieres echarme una mano?
—¿Has salido a buscar un árbol?
—Qué remedio. Falta poco para la fiesta de Navidad, y los niños se llevarían una decepción si no ven uno cuando vengan a tomar su chocolate caliente.
Pedro no le contó que tenía intención de disfrazarse de Papá Noel y que necesitaba una voluntaria para disfrazarse de elfo. No era el momento oportuno. Se lo diría en otra ocasión, y de manera que no se pudiera negar.
—Ah...
Pedro se quitó la chaqueta y la colgó. Después, la volvió a mirar y dijo:
—Acércate, por favor. Ayúdame a mover los muebles. Necesito más espacio.
Ella asintió y lo ayudó a mover los muebles que estaban junto a la chimenea, para poder instalar el abeto.
—Es una preciosidad —dijo Paula.
—Pues ya verás cuando le pongamos las luces y las encendamos.
—No había tenido un árbol de Navidad desde...
Paula dudó, y no terminó la frase.
—¿Desde? —preguntó él.
—Desde la última vez que celebramos las fiestas en Beckett’s Run — contestó Paula—. Mi abuela es muy tradicional con estas cosas. Aunque prepara unos dulces que saben maravillosamente bien.
Él sonrió y dijo:
—Espérame un momento. Voy a buscar los adornos, que están en el piso de arriba.
Pedro tardó unos minutos en volver al salón, y se llevó una sorpresa al ver que ella había desaparecido.
—¿Paula?
—Estoy aquí, en la cocina.
Pedro entró en la cocina y descubrió que estaba preparando algo que olía muy bien.
—¿Qué es eso?
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