—¿Y eso es todo? —preguntó la anciana, aparentemente decepcionada.
—¿Qué esperabas que pasara?
Marta guardó silencio.
—No habrás estado jugando a casamentera, ¿Verdad, abuela?
—¡Por supuesto que no! —protestó, algo ruborizada.
—¿Seguro que no? —la presionó.
—Bueno, sí, es posible. Pero no me puedes negar que es muy atractivo. Y, por lo que tengo entendido, también es una buena persona.
Paula estuvo a punto de reírse.
—Ay, abuela... Te perdono porque el descanso me ha venido muy bien.
Marta se relajó un poco.
—No sabes qué alegría me has dado, Paula. Casi había perdido la esperanza de que mis niñas volvieran a Beckett’s Run.
—Pues aquí me tienes, abuela. Encantada de estar aquí.
Paula se acordó entonces de la aurora boreal y del trineo de Pedro. A pesar de lo que acababa de decir, echaba de menos Bighorn. Extrañaba la casa, el granero, el paisaje montañoso y hasta los platos de Rosa. Era desconcertante, pero sentía nostalgia de un sitio en el que solo había estado unos cuantos días. De un sitio del que se acababa de marchar.
—¿Te encuentras bien, Paula?
Paula sacudió la cabeza.
—Sí, solo estoy un poco cansada —mintió—. Será mejor que me dé un baño caliente y me acueste temprano. ¿Te importa que dejemos nuestra conversación para otro momento?
—Por supuesto que no. Además, yo también me acostaré pronto. Mañana va a ser un día lleno de emociones, y quiero estar descansada.
Paula se levantó de la mesa, le dió un beso de buenas noches y se dirigió a la escalera. Al llegar a su habitación, se acercó a la cama y abrió la maleta. Quería un pijama para dormir, pero estaba debajo de todo lo demás; y, al sacarlo, vió que un objeto caía al suelo. Era un paquete. El regalo de Pedro. Lo alcanzó, pasó la mano por el papel de envolver, de color plateado, y se sentó en la cama. A continuación, desató la cinta que lo cerraba y quitó el papel cuidadosamente porque, por algún motivo, quería que siguiera intacto. En el interior había una cajita cuadrada y, dentro de la cajita, un atrapasueños sobre una base de suave algodón. Lo sacó y admiró las plumas negras y grises que colgaban de la preciosa obra de artesanía mientras se preguntaba si la habría hecho Rosa. No tenía forma de saberlo, pero no le habría sorprendido. Aquella mujer sabía hacer de todo. Pero la caja también contenía una nota, que leyó de inmediato. "Hay muchas historias sobre los atrapasueños, pero esta es mi preferida: Dicen que el agujero del centro sirve para que los sueños buenos pasen por él y alegren tu noche. Y también dicen que las plumas capturan los sueños malos para que desaparezcan al llegar el alba. Que todos tus sueños sean dulces, Paula. Con amor, Pedro". Paula miró la nota y tocó el objeto con verdadera adoración mientras se repetía mentalmente las dos palabras de su despedida. «Con amor». ¿Era eso lo que sentía en ese momento? ¿Era amor? Tenía que serlo; porque, de lo contrario, no se habría sentido tan mal.
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