miércoles, 30 de abril de 2025

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 78

Minutos más tarde, subió al dormitorio y encendió el ordenador para echar un vistazo a las fotografías que había hecho en el rancho. Todas le traían recuerdos entrañables, desde el partido de hockey hasta las imágenes de las montañas, pasando por Rosa y, naturalmente, el hombre de sus sueños. La última de las fotos la dejó atónita. Era de Pedro y Abril Zerega. Él la sostenía en sus brazos, y ella le estaba dando un beso en la mejilla. En todos sus años de fotógrafa, jamás había conseguido nada que se acercara a la perfección. Pero aquella imagen era perfecta, y no se debía a la composición ni a la luz ni a los colores, sino a la magia que contenía. Se le llenaron los ojos de lágrimas. Por primera vez desde su adolescencia, había permitido que una persona le llegara al corazón. Y lloró por la jovencita que había sido. Y lloró por la muerte de Vanesa. Y lloró por Pedro, el hombre que había sabido ver a través de los muros con los que se protegía. En ese momento estaban muy lejos; terriblemente lejos. Y se arrepintió de haber sido tan dura y tan injusta con él. Sin pensárselo dos veces, se secó las lágrimas y marcó su número.


—¿Dígame?


Paula no esperaba oír una voz de mujer y, mucho menos, de una mujer desconocida. Pero supuso que sería su madre.


—Hola, ¿Podría hablar con Pedro?


—Lo siento, ha salido. ¿Quiere dejarle un mensaje?


—No, muchas gracias.


Paula se despidió y cortó la comunicación. De momento, no podía hacer nada por arreglar las cosas. Se había comprometido a pasar las Navidades en Beckett’s Run, y eso era lo que iba a hacer. Pero decidió que, aquella tarde, cuando volviera a casa, llamaría al aeropuerto y pediría que le cambiaran el billete. En lugar de viajar a Sídney, volvería a Canadá. Había llegado la hora de dejar de huir y afrontar lo que sentía. Fue un día maravilloso. Hizo un montón de fotografías, y se dedicó a disfrutar de la comida y la bebida que servían en los puestos de la localidad. Pero, cada vez que pasaba junto a una pareja de enamorados ylos veía besarse o, sencillamente, caminar de la mano, se acordaba de Pedro y lamentaba que no estuviera con ella. Estaba segura de que le habrían encantado las fiestas de Beckett’s Run. Cuando volvió a casa, vió que alguien estaba en el porche, esperando. No lo reconoció al principio, y se quedó helada cuando le vió la cara. Estaba allí. Pedro Alfonso había ido a Beckett’s Run. Se había presentado con sus botas, sus vaqueros y su sombrero del Salvaje Oeste. Y le pareció más alto y más guapo que nunca.

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