Tras unos segundos, se empezaron a oír las primeras notas de un villancico. Pero no fue cosa de Paula, que se mantuvo extrañamente callada, sino de los pequeños.
—¿Te encuentras bien? —se interesó Pedro.
Ella asintió.
—Sí, es que estoy un poco emocionada —le confesó—. Tenías razón. Es un momento verdaderamente especial.
—¿No hacen nada parecido en su casa, es decir, en casa de tu abuela?
Paula se encogió de hombros.
—No. Yo intentaba hacer cosas divertidas, y mi abuela intentaba animar a mis hermanas, pero mis padres siempre estaban reñidos y el ambiente era tan tenso que no resultaba precisamente adecuado para esas cosas.
—Lo siento mucho, Paula.
Ella se volvió a encoger de hombros.
—Las cosas son como son, y no hay que darles más vueltas. Durante un tiempo, intenté desempeñar el papel que le correspondía a mi madre. Pero era demasiado joven y no pude con ello.
—No me extraña. Era demasiada responsabilidad.
—Solo conseguí que Delfina y Nadia se enfadaran conmigo. Yo intentaba ayudar, pero pensaban que me había convertido en una mandona. Y puede que tuvieran razón. Olvidé que necesitaban divertirse —dijo—. Me sentía tan presionada que me volví insoportablemente seria.
—Seguro que exageras.
—No, en absoluto. ¿Recuerdas nuestro juego del otro día, cuando empezamos a lanzarnos bolas de nieve?
—Cómo no.
—Pues no había hecho nada tan espontáneo en muchos años.
Él frunció el ceño.
—Porque te empeñas en planificarlo todo —observó.
—¿Y por qué crees que soy así?
Pedro la dejó hablar.
—Porque de esa manera, no me arriesgo a sufrir ninguna decepción—continuó—. Me han decepcionado muchas veces, y he aprendido a no esperar nada.
Justo entonces, los niños se pusieron a cantar otro villancico.
—Pues espero que esto no te decepcione.
Pedro pasó un brazo por encima del respaldo del pescante. No era como si la estuviera tocando, pero ella se sintió tan bien que se dejó llevar y apoyó la cabeza en su hombro.
—No, no me decepciona. Hoy es un buen día.
Paula fue completamente sincera. En su búsqueda de la perfección, había olvidado lo que se sentía al disfrutar de los placeres sencillos. Estaba tan tensa y tan preocupada que se había olvidado de vivir el momento. Y, de repente, la búsqueda de la perfección no le pareció tan importante. De repente, pensó que quizá se había equivocado al elegir una existencia estéril, siempre planificada, siempre ordenada, lejos de todo lo que merecía la pena. Sin embargo, podía cambiar de vida. Solo tenía que encontrar la forma, y estaba segura de que el viaje a Beckett’s Run le daría unas cuantas ideas.
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