lunes, 14 de abril de 2025

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 44

Momentos después, Pedro alcanzó una fotografía de marco oval y la colgó de una de las ramas. El marco tenía el logotipo de un equipo de hockey, los Calgary Flames; y la imagen era de dos adolescentes que sonreían a la cámara.


—Son tu hermano y tú, ¿Verdad?


—Por supuesto. Éramos inseparables.


—Se parecían mucho —observó—. Aunque tú eras un poco más alto.


Él miró la foto con detenimiento y dijo:


—No hay día que no lo eche de menos. Pero no va a volver. Hace tiempo que dejé de desear cosas imposibles. Ahora me limito a recordar.


—Y a poner esa foto en el árbol.


—Es lo único que puedo hacer.


Pedro carraspeó y añadió:


—Pero aún no hemos puesto la estrella.


Él alcanzó la caja y sacó una estrella de porcelana, de color blanco y dorado. No era un adorno normal y corriente, sino algún tipo de antigüedad familiar.


—¿Quieres hacer los honores? —le ofreció él.


—Oh, no podría —se excusó—. Pero es preciosa.


—Sí que lo es. Y lleva muchos años en mi familia.


—Razón de más para que la pongas tú.


Pedro fue a la cocina y regresó con una escalera de mano, que puso al pie del árbol. Pero, en lugar de subirse y poner la estrella en lo más alto, se giró hacia Paula y dijo:


—Venga, sube.


—Pedro...


—Por favor —insistió él—. El árbol también es tuyo.


Paula alcanzó el adorno con manos temblorosas y se subió a la escalera. Luego, se inclinó hacia delante y lo colocó en la punta del abeto. Pedro se había acercado a ella, y estaba tan cerca que podía oler su loción de afeitado.


—Perfecta —susurró él.


Paula comprendió que no se refería a la decoración, sino a ella. Y, cuando sus miradas se encontraron, sintió una atracción tan poderosa que alzó un brazo, llevó los dedos a su mejilla y le acarició la cicatriz. Ni siquiera supo por qué lo había hecho. Solo supo que Pedro le puso las manos en la cintura, que la levantó de la escalera y que, tras dejarla firmemente en el suelo, la besó.


Pedro no lo había podido evitar. Le parecía tan bella que había pronunciado la palabra «Perfecta» sin darse cuenta de lo que hacía. Y, entonces, Paula hizo algo inesperado: Le puso la mano en la mejilla y le acarició la cicatriz con sus suaves dedos, tan lenta como cuidadosamente. En el fondo de su corazón, sabía que dejarse llevar por el deseo era lo último que debía hacer. Su relación no tenía futuro. Pero ella le había devuelto algo que creía haber perdido para siempre: La fe. La fe en que alguien supiera ver más allá de su cicatriz y descubriera su personalidad, la persona que se ocultaba bajo aquel recuerdo terrible. Así que la tomó por la cintura, la bajó al suelo e hizo lo que deseaba, aun siendo perfectamente consciente de las circunstancias. Inclinó la cabeza y besó sus cálidos y dulces labios, que se abrieron a él sin resistencia alguna. Durante unos segundos, creyó que todo era posible.

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