—Oh...
—Pero está visto que me equivoqué —continuó Pedro.
—Solo ha sido un beso. Nada más que un beso.
Él le puso las manos en los hombros.
—Sí, es verdad. Y, si solo ha sido eso, ¿Por qué estás tan asustada?
—Porque...
Paula no terminó la frase. No le podía confesar que tenía miedo de establecer un vínculo emocional demasiado íntimo. Y, sin embargo, allí estaba; hablando con él. Estaba en su mundo, en su hogar, en el sitio que había despertado en ella el dolor de su pasado y una nueva alegría de vivir.
—Lo sé —dijo él—. Lo entiendo de sobra.
La voz de Pedro la emocionó. Sí, era evidente que lo entendía. Lo había visto en sus ojos, cuando estaba mirando la foto de su difunto hermano. Lo había visto en su sonrisa, cuando levantaba a Abril del poni o se despedía de Rosa. Sabía que tenía miedo de querer. Lo sabía porque a él le habíapasado lo mismo. Y, por primera vez en mucho tiempo, Paula se sintió al borde de las lágrimas. Era como si se encontrara en mitad de un camino, con miedo a seguir adelante, miedo a retroceder y miedo a quedarse donde estaba. No se había sentido más sola en toda su vida.
—¿Qué quieres de mí, Pedro?
Él tardó unos segundos en responder.
—Nada.
—Pues yo diría que quieres algo. De hecho, estoy segura de que lo quieres.
Pedro guardó silencio.
—¿Quieres que hagamos el amor? ¿O solo ha sido un beso, como te decía? Un impulso momentáneo —prosiguió Paula—. ¿Qué quieres, Pedro? ¿Qué esperas de esta pobre chica confundida?
Él se pasó una mano por el pelo.
—No lo sé. Maldita sea, no lo sé.
Ella sacudió la cabeza.
—No, no lo sabes —dijo con toda tranquilidad—. Y, como yo tampoco lo sé, es mejor que no sigamos adelante.
—Entonces, ¿Por qué me has devuelto el beso?
Paula tragó saliva e hizo caso omiso de la pregunta.
—Pedro, los dos sabemos que esto es un error. Olvídalo. Tomemos un poco más de ponche y disfrutemos del espíritu navideño. No tiene sentido que compliquemos el día con cosas que no van a pasar.
—Sí, claro, es mejor que seamos razonables —dijo él con tristeza.
—No quiero que me hagan daño, Pedro.
—¿Y crees que yo te lo podría hacer?
Ella asintió.
—Sí, es muy posible.
—Paula...
—Necesito tiempo para pensar —lo interrumpió—. Necesito estar sola.
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