miércoles, 9 de abril de 2025

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 32

Abril se había levantado de la silla de ruedas y estaba apoyada en sus muletas, que dió a Gabriela cuando él se acercó y la tomó en brazos. La niña olía a champú de fresa y a algo de fondo afrutado que Pedro no pudo identificar, aunque supuso que sería algún dulce que le habían dado durante el viaje desde Calgary.


—Allá vamos.


Pedro la montó en el poni y se aseguró de que llevaba el casco bien puesto. Luego, se giró hacia Silvana y Gabriela y dijo:


—Podemos empezar cuando quieran. Si les parece bien, la llevaré yo durante la primera parte de la sesión.


—Por supuesto —replicó Gabriela.


Pedro tiró de las riendas de Queenie y empezó a caminar, con Silvana y Gabriela a escasa distancia. De cuando en cuando, se detenían para descansar un poco o ajustar alguna cosa e, invariablemente, Abril daba al poni una palmadita antes de que se pusieran en marcha otra vez. La niña había avanzado mucho durante los meses anteriores. El simple hecho de montar había fortalecido sus músculos y mejorado su postura.


—Creo que ya está preparada —dijo Silvana.


Pedro asintió y miró a Abril.


—¿Te sientes con fuerzas para llevar las riendas de Queenie? Me harías un favor, porque se me ha cansado el brazo.


—Claro que sí —dijo la niña.


—Muy bien, pero tómatelo con calma. Y recuerda que tu madre está contigo, por si la necesitas — Pedro le dió las riendas—. Yo los vigilaré desde la valla.


Pedro se apartó y sonrió para sus adentros cuando la volvió a mirar. Abril parecía más fuerte y más segura de sí misma cuando se quedaba a cargo del poni, aunque solo se tratara de dar vueltas y más vueltas en el cercado.


—¡Mire, señor Pedro! ¡Lo sé hacer sola! —exclamó la niña al cabo de unos momentos.


—¡Sí, ya lo veo! ¡Gran trabajo, preciosa!


Entonces, Pedro notó un movimiento a un lado y se giró. Era Paula, que estaba haciendo fotografías. Al darse cuenta de que la había visto, ella bajó la cámara y lo miró a los ojos. El contacto visual fue breve, pero lleno de significado. Pedro supo que Paula le estaba pidiendo disculpas por lo ocurrido, así que asintió en silencio y sonrió. La amargura que los había distanciado desapareció; pero, a cambio, surgió una especie de tensión física, cálida y excitante, que lo dejó sin aliento. En ese momento entendía por qué se había sentido tan impotente. No era por los malos recuerdos de su adolescencia, sino porque Hope le gustaba y porque, al igual que entonces, estaba seguro de que la chica de sus sueños no le concedería ni una oportunidad. Sin embargo, ella no se comportaba como las chicas de su juventud. Le sostenía la mirada y no mostraba ninguna señal de asco o lástima. Paula Chaves parecía diferente. Parecía accesible.

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