viernes, 25 de abril de 2025

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 69

 —Suena tan bien... Pero le prometí a mi abuela que iría a Beckett’s Run. Y tengo que ver a mi familia. Me he dado cuenta de que la echo de menos.


Pedro la miró con una sonrisa.


—Vaya, parece que el plan de tu abuela ha funcionado.


Paula se encogió de hombros.


—Sí, está visto que me conoce mejor que nadie. ¿Recuerdas lo que te conté esta mañana? ¿Que llegó un momento en que no pude más y me rendí? Pues bien, perdí mi beca cuando tenía dieciocho años, y me quedé sin nada. Me sentía como si mi vida hubiera terminado. Pero mi abuela vino al rescate.


—Debe de ser toda una mujer.


—Lo es —afirmó ella—. Aquel fue el punto más bajo de mi vida. O, por lo menos, lo fue hasta que...


Paula no terminó la frase.


—¿Hasta la muerte de Vanesa? —preguntó él.


—Sí, hasta que Vanesa murió. Era la primera persona en la que había confiado en mucho tiempo. Éramos como hermanas, y cuando la perdí...


Paula se quedó en silencio, contemplando la aurora boreal, y él lo respetó durante unos segundos.


—Pero no la has llorado como debías. Por eso reaccionaste de ese modo cuando me viste por primera vez.


Ella asintió y dió otro sorbo de chocolate caliente.


—Sí, es posible. Pero no he vuelto a pensar en tu cicatriz, ¿Sabes? Tú eres mucho más que la marca de aquel accidente.


—Lo sé, y puede que tú seas mucho más que las cicatrices que llevas por dentro —replicó Pedro—. ¿No te has parado a pensarlo?


Ella tragó saliva.


—Claro que sí.


—Pero tienes miedo.


—¿Tú no lo tendrías?


Esa vez fue él quien guardó silencio.


—Creo que tienes razón. Creo que no he llorado a Vanesa como debía. Cuando la enterraron, volví a casa y me puse a guardar sus cosas para dárselas a su madre. Y luego, cada vez que volvía a nuestro piso y lo encontraba vacío... —Paula sacudió la cabeza—. La echo mucho de menos. Y estoy tan enfadada...


Pedro le pasó un brazo alrededor de los hombros.


—¿Enfadada con ella, por haberse ido?


—Naturalmente. Porque eso es lo que la gente hace. Te dice que puedes contar con ella y se marcha. No merece la pena.


—Por supuesto que merece la pena. Aunque duela.


—¿Tú crees?


—Mira, dudo que supere el dolor de haber perdido a mi hermano, pero no me imagino mi vida sin el recuerdo del tiempo que estuvimos juntos — respondió con seriedad—. Además, no todo el mundo se marcha.


—Puede que tengas razón... Y puede que me haya dado cuenta aquí, durante los días que he estado en tu casa. Pero ha sido muy poco tiempo. Y ahora tengo que pensar en lo que voy a hacer.


—¿Te refieres a tu familia?


—Sí.


—¿Y qué harás después?


—No lo sé.


Paula fue sincera. No lo sabía. Tenía su trabajo y su piso en Sídney, pero no estarían ni su abuela ni Pedro.

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