Sin hacer caso de las normas, iba donde le apetecía, esquivando a los empleados de la finca para explorar las interminables habitaciones. Nunca se había llevado nada, ni siquiera una manzana de un cuenco, sencillamente le gustaba pasear por aquella vieja casa, tocar los muebles, mirar los cuadros y absorber la historia que le había sido negada. La emoción que sintió al tomar la escritura y tirársela a su abogado era algo que ni siquiera los insultos de Enrique Cranbrook habían podido estropear. Irónicamente, ahora que era el orgulloso propietario de Cranbrook Park, el único sitio en la finca donde todo estaba bien cuidado era la casa en la que había vivido una vez. Y era la inesperada respuesta de Paula Chaves a su beso lo que estaba grabado en su cerebro; el recuerdo de su piel, el tobillo apoyado en su muslo, lo que estaba revolucionando sus sentidos.
Paula miraba la pantalla del ordenador, perpleja. Sir Enrique Cranbrook había expulsado a Pedro de la finca el día que cumplió dieciocho años, cuando no tenía más que una vieja moto, pero había vuelto convertido en el presidente de una multinacional. Un multimillonario al que ella había acusado de pescar sin licencia, un multimillonario al que ella había ofrecido diez libras. Pedro debía estar partiéndose de risa. Bueno, pues que riera, pensó, pinchando furiosamente en todos los enlaces, decidida a averiguar qué había hecho desde que se marchó de allí y, sobre todo, cómo había ganado tanto dinero. Ella le enseñaría a Pedro Alfonso a hacer comentarios sarcásticos sobre su trabajo en un periódico local. ¿Interés humano? Aquello era interés humano en grandes titulares; un artículo que ella podía escribir porque había estado allí desde el principio. Y uno que no se había contado antes porque sería un escándalo en Maybridge. El hijo pródigo volvía, compraba la finca y mantenía apasionadas relaciones sexuales con la chica que había dejado atrás… ¡Un momento! Ella no escribía ficción, se recordó a sí misma. Pero Bruno le había dicho que podía quedarse en casa el resto de la semana y usaría el tiempo libre para poner al día su blog. Estaba haciendo fotografías de un gusano particularmente grande cuando sonó su móvil. Y ella pensando que podría descansar…
–Hola, Bruno –lo saludó, intentando disimular un suspiro.
–¿Cómo te encuentras?
Si iba a quedarse en casa, no podía decirle que estaba perfectamente.
–Regular.
–¿Podrías investigar un poco sobre el nuevo propietario de Cranbrook Park? Sin salir de casa.
Había sido ella quien insistió en que Cranbrook Park era su territorio, de modo que no podía negarse.
–¿Qué quieres saber?
–De dónde viene, quién es su familia, ese tipo de cosas. A menos que te encuentres muy mal…
–No, no. Estaba intentando poner al día mi blog, pero eso puede esperar.
–Buena chica.
–Idiota condescendiente –murmuró Paula. Pero solo cuando Bruno ya había colgado.
De vuelta en su despacho, comprobó su correo electrónico. Había un comunicado de prensa, embargado hasta el lunes, contándole al mundo, o a Maybridge al menos, que Pepe Alfonso había comprado Cranbrook Park.