viernes, 3 de mayo de 2024

Quédate Conmigo: Capítulo 5

 –No a menos que me diga que no sabe contar a partir de tres.


–Ahora mismo, no estoy segura de mi propio nombre.


–¿Paula Chaves le resulta familiar?


Fue entonces cuando Paula cometió el error de levantar la cara del macizo de violetas para mirarlo. Y la posible conmoción se convirtió en riesgo de infarto, con todos los síntomas: Arritmia, boca seca, ligera pérdida de conocimiento. El hombre al que había atropellado no era un irascible anciano que insistía en la santidad del paseo, aunque fuera poco escrupuloso sobre dónde pescaba. Era irritable, pero no un anciano. Todo lo contrario. Era un hombre maduro. Maduro en el sentido de los hombres que habían pasado de la belleza púber de la adolescencia y la primera juventud. Aunque Pedro Alfonso nunca había sido exactamente guapo. Había sido un joven flaco y rebelde que la había atraído y asustado al mismo tiempo. De adolescente, anhelaba que se fijase en ella, pero habría salido corriendo si él hubiese mirado en su dirección. Su madre habría tenido pesadillas de haber sospechado que su niña pensaba de ese modo en un chico. Aunque su madre no tenía nada de qué preocuparse en lo que se refería a Pedro Alfonso porque era demasiado joven como para que se fijase en ella. Había muchas chicas con curvas, chicas que se veían atraídas por su aura de joven temerario que a Paula la hacía temblar un poco… Bueno, mucho, y que la hacía sentir algo que entonces no entendía. Había sido como mirar a un actor de cine o a una estrella del rock en televisión. Una se emocionaba, pero no sabía qué hacer con esa emoción. O tal vez solo le pasaba a ella. 


Paula no era una de las chicas guapas del colegio, siempre riéndose de cosas que las demás no entendían. Mientras ellas se hacían mujeres y salían con chicos, tenía que experimentarlo todo de segunda mano a través de las novelas románticas. Pedro había madurado desde el día que sir Enrique Cranbrook lo echó de allí después de un incidente… Aunque Paula nunca había descubierto qué pasó. Sus padres hablaban del asunto en voz baja, pero de inmediato cambiaban de tema si ella entraba en la habitación y Paula nunca había tenido una amiga con la que compartir secretos. De modo que llenaba su diario con todo tipo de fantasías sobre lo que había pasado y sobre el día que Pedro volvería a Cranbrook Park para encontrarla convertida en una mujer, el patito feo convertido en un cisne. Definitivamente, material para una novela romántica… Pero con el paso de los años, su diario había sido abandonado y Pedro olvidado por un romance de verdad. Sin embargo, estando tan cerca, mucho más cerca de lo que había imaginado en sus fantasías de niña, descubrió que la atracción que sentía por él había aumentado con los años. Ya no era el chico flaco con unos hombros que aún no podía llenar y unas manos demasiado grandes para sus muñecas, pero seguía teniendo esos pómulos tan pronunciados, la mandíbula marcada y una nariz que parecía haber recibido más de un golpe. El único rasgo suave de su rostro era la sensual curva de su labio inferior. Pero eran sus ojos, tan oscuros a la sombra de los árboles, lo que más llamaba la atención. Eran unos ojos enérgicos, vibrantes, que hacían que una mujer no pudiese respirar. Paula se recordó a sí misma que tenía veintiséis años y era una mujer adulta y trabajadora que mantenía a una hija. Una mujer adulta no se ruborizaba. Para nada.

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