miércoles, 15 de mayo de 2024

Quédate Conmigo: Capítulo 26

En cuanto se supiera que Pedro era de allí, y mucha gente lo recordaría, Bruno querría detalles… Suspirando, Paula envió un correo a la antigua directora del colegio rogándole que le contase algo sobre Pedro. Luego llamó a la secretaria del instituto de Maybridge, que le dió los nombres de los profesores que podrían recordarlo, y les dejó un mensaje. Hecho eso, intentó averiguar cómo había pasado Pedro de paria a millonario. Esa era la gran historia. Pero se encontró con una pared. Cuando la señorita Webb le dijo que el señor Alfonso no hablaba con la prensa no lo decía de broma. Pedro no era uno de esos millonarios que buscaban publicidad a toda costa. No salía con modelos ni aparecía en programas de televisión o en las revistas de cotilleos. Y si estaba felizmente casado y tenía un montón de hijos, también eso se lo guardaba para sí mismo. Aunque el beso, que seguía quemando en sus labios, sugería otra cosa. Si estaba casado, la relación con su esposa no debía ir muy bien. Pero no. A pesar de la cantidad de chicas con las que había salido cuando vivía en Cranbrook, no lo veía como un mujeriego.


–Por favor, no seas boba.


No sabía nada sobre él, solo que su pulso se aceleraba cuando estaba cerca, como cuando era adolescente, aunque entonces se habría desmayado si le hubiera guiñado un ojo. Antes de ir a buscar a Sofía al colegio, Paula tenía fotografías infantiles de Pedro, anécdotas de sus profesores y suficiente información como para enviársela a Bruno y preguntarle si podía ir a Londres para seguir investigando. Que su editor aceptase de inmediato le dijo que tampoco él había podido encontrar nada interesante. Acababa de abrir la puerta cuando escuchó pasos en el camino. Iván con su bicicleta, pensó. No, no era Iván. Y, de repente, fue como si el aire estuviese imantado. Solo eso podía explicar la repentina sensación de mareo cuando Pedro Alfonso se detuvo frente a ella.


–¿Vas a algún sitio? –le preguntó.


–Iba a buscar a Sofía al colegio.


–¿Qué tal el pie?


–¿Qué? Ah, ya no me duele nada –respondió Paula. No era verdad. Le dolía el talón y caminar sobre la gravilla era doloroso–. ¿Qué quieres, Pedro?


–Puedo llevarte al colegio. Así charlaremos un rato por el camino.


–Como quieras.


Había un viejo Land Rover aparcado frente a la verja, pero era muy alto y, al apoyar el peso del cuerpo sobre el pie, Paula dejó escapar un gemido.


–¿Estás bien? –le preguntó él, empujando su trasero.

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