viernes, 10 de mayo de 2024

Quédate Conmigo: Capítulo 20

 –Voy a llevar a Sofi de compras este fin de semana, a ver qué llama su atención.


–¿No deberías esperar a ver qué tiene en mente el nuevo propietario de Cranbrook Park antes de gastarte dinero en una casa que no es tuya?


–Un par de rollos de papel no van a arruinarme –dijo ella–. Además, cuando vea lo estupenda inquilina que soy, probablemente me suplicará que me quede.


Sin decir nada, Pedro cubrió otra silla con la toalla y puso su pie encima.


–¿No deberías estar trabajando? –le preguntó Paula mientras tiraba el agua de la palangana para volver a llenarla. 


Cualquier cosa para no pensar en lo agradable que había sido sentir el roce de su mano en el pie, lo agradable que era que alguien cuidase de ella. Para no pensar en el gran agujero que había no solo en la vida de Sofi sino en la suya.


–No hasta que haya terminado con esto –Pedro levantó su pie para sentarse en la silla y se lo colocó sobre el muslo.


Paula tragó saliva. Era como lo de ponerse bragas nuevas, solo que en aquel caso se trataba de laca de uñas. Nunca salgas de casa sin pintarte las uñas de los pies, en caso de que tengas un accidente y un hombre guapo decida lavarte… ¿Quién lo hubiera imaginado?


–Solo es un corte sin importancia –dijo Pedro, secando el pie con la toalla–. ¿Tienes una gasa?


Paula abrió el botiquín y sacó una caja de gasas, temblando ligeramente cuando sus dedos se rozaron.


–Estás helada. ¿No vas a tomar el té? –le preguntó él, poniendo la gasa sobre elcorte.


–Está demasiado dulce.


–Es medicinal… –su móvil empezó a sonar en ese momento y Hal miró la pantalla–. Tengo que irme –dijo entonces, levantándose y poniendo su pie sobre la silla–. Si te duele o se pone rojo, llama al médico.


–Sí, doctor.


Después de vaciar la palangana, Pedro se secó las manos y desapareció.


–Gracias, doctor –murmuró Paula, mientras escuchaba el sonido de sus pasos en la gravilla del camino.


Si se concentraba, casi podía seguir sintiendo las manos de Pedro en su pie, el sensual roce de sus dedos… Paula acababa de salir de la ducha cuando un golpecito en la puerta aceleró su corazón. ¿Sería Pedro de nuevo?


–Paula, soy Leticia.


No era Pedro con su bicicleta sino una vecina.


–¡Espera un momento, bajo enseguida!


A toda prisa, se puso una camiseta, haciendo una mueca de dolor cuando rozó su hombro, y un par de cómodos vaqueros.


–¿Estás bien? –le preguntó Leticia, al verla cojear.


–Sí, estoy bien.


–La señora Judd me dijo que había un hombre en tu casa.


La vida en Cranbrook podía haber cambiado mucho en la última década, pero la imposibilidad de hacer algo sin que todo el mundo se enterase en cuestión de minutos seguía intacta. Lo cual significaba que Pedro Alfonso no podía vivir en el pueblo. Leticia, que siempre insistía en que tenía que buscar a alguien, se habría enterado de inmediato.


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