miércoles, 29 de mayo de 2024

Quédate Conmigo: Capítulo 47

Regla número tres para trabajar con Pedro Alfonso: No mirarlo a los ojos.


–Yo envidiaba su falda de cuero rojo –dijo Paula, para que pensara que se había fijado en Fernanda, no en él–. Siempre juré que tendría una exactamente igual cuando cumpliese los catorce años.


–¿Y lo hiciste?


–No, por favor. ¿Crees que mi madre me hubiera permitido salir de casa vestida así?


–Una chica lista como tú habría encontrado la forma de hacerlo. ¿Nunca saliste por la ventana de tu habitación?


–¿Eso es lo que hacía Fernanda?


–Mis labios están sellados.


En otras palabras, sí. Pero para cuando ella tenía catorce años, no había nadie en Maybridge con quien hacer eso. Nadie con quien quisiera hacerlo.


–Yo tenía demasiados deberes como para pasarme las noches de fiesta –le dijo, volviéndose para mirar a su hija–. ¿Estás bien, cariño?


Sofía asintió con la cabeza, pero iba muy erguida en el asiento, como intentando ser una buena niña para que no le estropeasen la fiesta. Paula sabía que echaba de menos a Camila, pero se negaba a hablar de ello. Suspirando, llamó a Leticia para decirle que había un cambio de planes.


–¿Todo bien? –le preguntó Pedro.


–Todo bien.


No era verdad. Pedro le había ofrecido un trabajo a jornada completa y Leticia lo había rechazado porque sabía que necesitaba que cuidase de Sofía. Pero ella no podía pagarle tanto como él y sabía que Leticia necesitaba el dinero.


–Hablaré con ella sobre lo del trabajo a jornada completa –le dijo–. Bueno, ¿Qué le pasa a tu tejado?


Pedro se encogió de hombros.


–Una combinación de años de desidia y tejas robadas.


–Eso suena caro.


–Lo será –asintió él–. Deberías dedicar algún artículo a los ladrones que se llevan tejas de iglesias y edificios históricos.


–Si me lo hubieras contado, lo habría hecho. Ah, pero eso no es posible porque tú no hablas con la prensa.


–Estoy hablando contigo.


–Demasiado tarde, ya no estoy en el periódico –Paula se encogió de hombros–. La verdad, si yo tuviera tantos millones, no me los habría gastado en Cranbrook Park.


–Y yo pensando que te encantaba el sitio. Todas esas fiestas de Navidad en el gran salón, las meriendas, las gincanas cortesía de sir Enrique…


–Puedes reírte, pero esa ha sido mi vida desde que tenía cuatro años. Forma parte de la historia local y cada piedra tiene varios siglos, aunque eso no significa que quisiera vivir en ella.


–Yo nací en Cranbrook –le recordó Pedro–, pero mi contable y mi abogado están de acuerdo contigo. Y también mi secretaria.

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