lunes, 6 de mayo de 2024

Quédate Conmigo: Capítulo 6

 –Me sorprende que me reconozcas –le dijo, intentando calmar los frenéticos latidos de su corazón. No pensaba admitir que tener la mano entre sus piernas era una intimidad con la que había soñado en la oscuridad de su habitación cuando era adolescente.


Paula apartó la mano de golpe y contuvo un gemido cuando se golpeó los nudillos con el freno de la bicicleta.


–No has cambiado mucho –el tono de Pedro sugería que no estaba dándole la enhorabuena–. Sigues siendo la niña modosita de siempre. Y sigues pasando por el camino en la bicicleta. Seguro que es la única regla que te has saltado en toda tu vida.


–Saltarse las reglas no tiene ningún mérito –replicó ella, molesta. Que pensara que seguía siendo la misma que cuando llevaba el uniforme del colegio y la trenza era insultante–. Y tampoco tiene ningún mérito esconderse entre los sauces para pescar las truchas de sir Enrique, por cierto. Y no es la única regla que tú te saltas.


–Ya veo que tienes una lengua muy afilada.


También eso le dolió. Lo había atropellado, sí, pero porque la perseguía un burro particularmente violento. Cualquier otro hombre estaría intentando esconder una sonrisa. De hecho, estaría riéndose a carcajadas.


–En cuanto a las truchas, nunca le han pertenecido a Enrique Cranbrook –siguió Pedro–. Solo tenía derecho a ponerse a la orilla del río con una caña, pero ya ni siquiera tiene eso.


–Tal vez no –asintió ella–, pero si los rumores sobre los problemas económicos de sir Enrique son ciertos, ahora son de Hacienda y a Hacienda no le hará ninguna gracia que tú pesques cuando te parezca.


Niña modosita y regañona, pensó Paula.


–¿Tú crees?


–No te preocupes, por esta vez miraré hacia otro lado… Si prometes no chivarte de que he pasado por aquí con la bici.


–¿Salimos de la zanja antes de que sigas intentando sobornarme? –sugirió él.


¿Sobornarlo? Pero si estaba de broma. Ella no era tan estirada…


–No pareces tener una conmoción y, a menos que me digas que no sientes las piernas o que te has roto algo, prefiero que las ambulancias se ocupen de urgencias de verdad.


–Buena idea –asintió Paula. Lo suyo era una emergencia, pero no médica. Y si ella era la protagonista de un artículo, sus compañeros del periódico no la dejarían en paz–. Espera un momento, voy a comprobarlo.


Movió las piernas y los brazos, flexionando los dedos para comprobar si tenía algún hueso roto, pero todo parecía funcionar con normalidad. Se había dado un golpe en el hombro al caer en la zanja, pero probablemente no tendría más que un cardenal. Aparte de eso, una rozadura en la espinilla y el pie izquierdo metido en un charco, nada importante.


–¿Y bien?


–No me he roto nada –respondió Paula–. Pero tengo suficiente sensación bajo la cintura como para saber dónde está tu mano.


Pedro no parecía sentir la necesidad de disculparse, pero considerando que lo había atropellado mientras iba a toda velocidad, no quería pensar dónde tendría él los cardenales. O dónde había estado su propia mano.


–¿Y tú? –le preguntó.


–¿Si puedo sentir mi mano en tu trasero?


Pedro esbozó una sonrisa y el corazón de Paula, que había empezado a latir a un ritmo más o menos normal, se lanzó al galope dentro de su pecho.

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