lunes, 27 de mayo de 2024

Quédate Conmigo: Capítulo 45

Se había vengado de sir Enrique, pero su padre no estaba vivo para responder y, aparentemente, ella iba a tener que responder por él.


Regla número dos para trabajar con Pedro Alfonso: Ser muy profesional.


Paula apartó el brazo.


–Llamaré a tu secretaria para pedir una reunión –le dijo, volviendo a su escritorio para guardar sus cosas en el bolso.


–Vaya, vaya, vaya –dijo Gustavo, a nadie en particular–. La ambiciosa señorita Chaves reducida a hacer de Campanilla. ¿Pepe Alfonso sabe dónde se ha metido? Ese hombre debe ser masoquista.


–Ten cuidado o moveré mi varita y te convertiré en una rana… –Paula se llevó una mano al corazón–. Ay, qué horror, alguien lo ha hecho por mí.


Después, se colocó el bolso al hombro y fue a buscar a Sofía, que estaba leyendo cuentos en la sala de juntas.


–Vamos, cariño.


Por el momento, había conseguido alejarse de Pedro Alfonso, pero sabía que él no estaría alejado mucho tiempo.



-Espero que las prisas no sean por mi culpa.


–Oh, no.


Pedro se apartó de la pared en la que estaba apoyado cuando Paula salió del periódico.


–Tengo la impresión de que si hubieras sabido que estaba esperando habrías salido por la puerta de atrás.


–¿Por qué iba a salir por la puerta de atrás? –replicó Paula, indignada porque era verdad.


–No lo sé. Se me ocurren las palabras «Conejo» y «Faros».


–Eres tú quien dice que evita a la prensa.


–¿Solo estabas sorprendida? Yo había pensado que tal vez estabas asustada después de meter un palo en el avispero…


–No te preocupes, Pedro, lo entiendo –lo interrumpió ella.


No se había quejado de ella a Mónica, pero había conseguido tenerla a su merced durante las próximas semanas y había pasado del «Malvado señor Alfonso» al «Generoso señor Alfonso». No habría más titulares burlones escritos por ella o por ningún otro compañero.


–Vamos al café del centro. Es el favorito de Sofía.


–¿Sofía?


La niña había ido arrastrando los pies detrás de ella, suspirando cada vez que su madre se paraba para hablar con alguien. Pero eso estaba a punto de cambiar.


–Ven a saludar al señor Alfonso, cariño. Te va a invitar a un batido.


–¿Un batido? ¿En serio?


–En serio, te mereces uno –Paula sonrió, contenta al ver que Pedro hacía una mueca. Estaba a punto de decir que era una broma, que llevaba a Sofía a casa de Leticia a comer, cuando él se dirigió a la niña:


–¿Qué prefieres, un batido o comer a la orilla del río?


–Leticia va a hacer espagueti –dijo Paula–. Tu plato favorito.


–¿Y el batido? –Sofía frunció el ceño, un gesto que se le daba particularmente bien.


–Te haré uno cuando lleguemos a casa.


–No es lo mismo. Tú no puedes hacerlo tan espeso que no se puede clavar lapaja.


–¿Leticia Harker? –preguntó Pedro–. ¿La madre de Iván?


–Sí, claro.


–Ahora entiendo por qué no puede trabajar toda la jornada.


–¿Le has pedido que trabajase toda la jornada? No tenía ni idea.


–Pues ya que lo sabes, podrías llamarla para decir que no tiene que cuidar de tu hija esta tarde. Dime una cosa, Sofía, ¿El Birdcage sigue siendo el mejor restaurante del pueblo?


–¿El Birdcage? ¿Ese sitio que parece una jaula?


–Ese mismo.


–A mí no me gusta ver pájaros en jaulas, me gusta verlos volar.


–Tu madre solía ir allí cuando tenía tu edad.


–Solo fui una vez –protestó Paula, advirtiéndole con la mirada que hacer planes por ella era una cosa, hacerlos por su hija otra muy diferente.


–Será una comida de trabajo.


–¿Qué otra cosa podría ser? –le espetó ella–. Pero imagino que pensabas ir en coche.


–No pensaba ir andando, desde luego –respondió Pedro, señalando un brillante Range Rover negro estacionado a unos metros.


–Pues ese es el problema, que no tienes asiento de seguridad y, como tú sabes, es ilegal que un niño viaje sin asiento de seguridad. Pero si insistes en ir al Birdcage, podríamos tomar el autobús.


–El autobús es una posibilidad. Claro que Sofía podría usar el asiento de seguridad que Beatríz ha colocado para su hija.


Después de decirlo enarcó una ceja, invitándola a replicar.


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