miércoles, 8 de mayo de 2024

Quédate Conmigo: Capítulo 11

 –Pronto será de dominio público –insistió, esperando que no viera que estaba desesperada por saberlo.


–Entonces no tendrás que esperar mucho, ¿No?


–Muy bien, no me digas el nombre del propietario, pero sí puedes decirme qué va a pasar con la casa. ¿La convertirán en un hotel, un centro de conferencias?


–¿No decías que la había comprado una inmobiliaria?


–Bueno, ya sabes, cuando no hay noticias, el vacío se llena de mentiras y rumores.


–¿Ah, sí? –Pedro se irguió, guardando la navajita en el bolsillo–. De eso, tú sabes más que yo.


–Yo trabajo para un periódico local. Publicamos rumores y cotilleos, pero no mentiras.


–Espera –dijo él cuando intentó levantarse.


Pensando que aún no había desenganchado la chaqueta, Paula esperó, pero Pedro puso las manos en su cintura. Debería haber protestado y lo habría hecho si la conexión entre su cerebro y su boca estuviera funcionando con normalidad. Pero lo único que salió de su garganta mientras la levantaba fue un suspiro… Seguido de un gemido cuando su zapato se quedó enganchado en el barro. De repente, se encontró con la nariz apretada contra la pechera del mono verde y se olvidó por completo del zapato. Pedro Alfonso tenía un olor propio. Olía a aire fresco, a hierba y a diente de león, pero había algo más. El olor a piel cálida y sudor limpio le pareció inesperadamente excitante. Era insolente, provocador y profundamente turbador, pero se dijo a sí misma que debía calmarse.


–Si me perdonas… –empezó a decir, intentando evitar esos ojos oscuros que podían ser negros o verdes, mientras se agarraba a sus hombros para recuperar el equilibrio–. Tengo que irme.


–¿No olvidas algo?


–¿El zapato? –sugirió ella, esperando que Pedro lo sacase del barro. Después de todo, iba vestido para trabajar. Aunque la idea de volver a ponérselo lleno de barro no le apetecía mucho, no pensaba estropear los zapatos de tacón que llevaba en el bolso.


–Me refería a que ibas en bicicleta por el camino. Saltándote las reglas sin pensarlo dos veces.


–Lo dirás de broma –Paula soltó una risotada que se cortó al ver que él la miraba con toda seriedad. No estaba bromeando y la intensidad de sus ojos aceleraba su pulso–. No, tienes razón. Ha sido un error por mi parte. No volverá a pasar.


–No te creo.


–¿Ah, no? ¿Y cómo puedo convencerte?


Las palabras salieron de la boca sin que pudiera evitarlas y Pedro esbozó una sonrisa. No tenía sentido decir que no lo había dicho con segunda intención porque él no la creería. Paula no estaba segura de si lo creería ella misma. Parecía una invitación, sonaba como una invitación… Con el estómago encogido por una confusa mezcla de miedo y excitación, pensó que él iba a besarla. Que iba a tomarla entre sus brazos y hacer realidad los sueños adolescentes que le había confiado a su diario. Antes de conocer a Jared, estar entre los brazos de Pedro Alfonso era el límite de su imaginación.

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