viernes, 10 de mayo de 2024

Quédate Conmigo: Capítulo 17

Pedro se detuvo al pie de la escalera.


–Esa lengua tuya te va a meter en líos algún día, Paula Chaves.


–Demasiado tarde –murmuró ella mientras se quitaba las medias.


Admirar las largas y bien torneadas piernas que ya había admirado mientras estaba tirada en la zanja podría haber sido una buena compensación en un día que, por el momento, no estaba yendo como él había esperado. Había llegado al amanecer para dar una vuelta por la finca. Quería reclamar todos aquellos acres de terreno y disfrutar de su triunfo. La irrazonable ira que sintió al ver a un chico pescando a la orilla del río, en el sitio que había sido su favorito cuando él era un crío, lo había sorprendido. O tal vez era que manejase la caña de forma tan inexperta. El chico había jurado que pertenecía a su abuelo, pero Pedro temía que fuese robada. Cuando el chico desapareció, se había quedado por allí recordando sus días salvajes… Fue entonces cuando se fijó en que las márgenes del río habían sido erosionadas por las lluvias torrenciales del invierno. Se había puesto un mono y unas botas de goma que encontró en el Land Rover, dispuesto a inspeccionar los daños… Y entonces había aparecido Paula en su bicicleta. 


No había sido parte del plan volver a Cranbrook Park hasta que todo el papeleo estuviera solucionado y podía decir lo mismo de Primrose Cottage. No había ninguna razón para ir por ese camino que terminaba en una casita medio escondida y olvidada por todos. Horacio Alfonso nunca se había gastado un céntimo en reparar una casa que no era suya y Enrique Cranbrook habría preferido dejar que se hundiera antes de enviar a algún albañil. Nunca había entendido por qué se había quedado su madre. ¿Un retorcido sentido de la lealtad? ¿O era sentimiento de culpa? En su cabeza, la casa seguía exactamente igual que el día que subió a su motocicleta y se alejó de allí. Pero, como él, había cambiado por completo. Los cristales de las ventanas, rotos por Horacio Alfonso en un ataque de furia y cubiertos por cartones para evitar el frío, habían sido reemplazados. Los marcos de las ventanas estaban pintados de blanco y la deteriorada puerta, antes de color verde oscuro, era de color amarillo, a juego con las flores que flanqueaban el camino. Siempre había habido prímulas allí, pero ya no había malas hierbas. Los dos mil metros cuadrados de selva donde él había pasado horas reparando una vieja moto eran ahora un precioso jardín. Por dentro, todo había cambiado. Su madre había hecho lo imposible para que la casa tuviera un aspecto decente, sin conseguirlo nunca. Ahora, las paredes estaban pintadas de blanco y había una alfombra en la escalera… Una vez, había conocido cada centímetro de aquella casa. Sabía qué escalones no debía pisar cuando quería salir por las noches y, de manera instintiva, los evitó mientras subía la escalera para revisitar el pasado. Todo había cambiado también en el piso de arriba. Donde una vez había pósteres de motos en paredes necesitadas de una mano de pintura, ahora había un papel pintado de color marfil con dibujos de hadas. ¿Se parecería la hija de Paul Chaves a su madre? ¿Llevaría una trenza y un uniforme bien planchado o sería como su padre? Pedro sacudió la cabeza, como para apartar esa imagen. La vida de Paula Chaves no era asunto suyo.

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