miércoles, 22 de mayo de 2024

Quédate Conmigo: Capítulo 35

Pedro se habría sentido insultado si no pareciese genuinamente preocupada.


–Supongo que debería alegrarme que hayas venido a comprobarlo antes de publicar en tu periódico que me había cargado al burro.


–En el Observer no tenemos que inventar historias. Y estoy siendo increíblemente discreta.


–¿Y debo estarte agradecido?


–No he escrito una sola palabra sobre haber sido atacada por un animal en tu finca, mi bicicleta destrozada, los cortes y heridas provocados por el accidente y sin un céntimo de compensación por parte del propietario. Al contrario, fue el propietario quien exigió…


–¿Por qué no? –la interrumpió él.


Paula miró el trapo manchado de grasa. Si le recordaba la multa que habíaquerido ponerle, Pedro podría recordar que ella había pagado con gran entusiasmo.


–Tú sabes por qué no. El pobre ya tiene mala prensa.


–Eso no explica por qué estás siendo «discreta» conmigo. ¿No es tu obligación advertir a tus convecinos de mi perverso pasado?


Estaba cerca, demasiado cerca…


–No has mencionado que pescaba truchas –siguió Pedro–. O que hacía pintadas en las paredes de la fábrica de Cranbrook. O el día que subí con mi moto los venerables escalones de la mansión. ¿Por qué, Paula?


–Porque entonces eras un crío y estoy más interesada en lo que haces ahora – respondió ella. Era la verdad. Aquel era un mundo diferente, ellos eran diferentes– . ¿Tienes un pasado perverso?


Su sonrisa la pilló desprevenida y cuando tomó su mano, el calor fue directamente a sus rodillas, a sus labios, despertando un cosquilleo entre sus piernas…


–¿Quieres repetir la pregunta?


–Supongo que eso es un sí –dijo Paula, su voz sorprendentemente firme considerando que el resto de ella parecía estar derritiéndose.


–Buena decisión –dijo Pedro.


¿Lo era? En aquel momento, derretirse le parecía una buena opción. La idea de ser tocada por esas manos manchadas de grasa, ser besada, ser perversa…


–¿De verdad subiste los escalones de Cranbrook con la moto?


–Incluso entré en la mansión. ¿No lo sabías?


–¿Es por eso por lo que sir Enrique te echó de aquí?


–No me echó sir Enrique, Paula, fue tu padre –respondió Pedro.


Y cuando soltó su mano, ella se sintió extrañamente sola.


–¿Mi padre?


–Actuando bajo instrucciones de sir Enrique, claro. Pero sé que disfrutó dándome el mensaje.


–No lo sabía –Paula tragó saliva–. Aunque eso ya no importa. Estoy más interesada en saber cómo pasaste de chico pobre a multimillonario.


–¿Ah, sí? –su tono sugería que sabía muy bien el efecto que ejercía en ella–. Bueno, tú eres periodista, aunque a juzgar por lo que he visto hasta ahora, no muy eficaz. No llegarás muy lejos en tu profesión hasta que te vuelvas dura y aprendas a ser implacable.


–¿Es así como tú has conseguido el éxito?


–No hay otra manera. La diferencia entre tú y yo es que en tu trabajo da igual a quién se le haga daño mientras se vendan periódicos.


Ella abrió la boca para protestar, pero se contuvo a tiempo.


–Ya te he dicho que esto no tiene nada que ver con mi trabajo.


–Un periodista de verdad siempre está de servicio.


–Supongo que yo no soy una verdadera periodista.


Paula se quedó en silencio al darse cuenta de lo que había dicho.


–¿Entonces qué? ¿Solo estás jugando a serlo?


Ella negó con la cabeza, pero no dijo nada y Pedro sintió compasión. ¿Por qué hacía un trabajo que no era para ella?

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