viernes, 10 de mayo de 2024

Quédate Conmigo: Capítulo 18

Nada de aquello, las paredes limpias, los barnizados suelos de madera, las cortinas de encaje, cambiaba nada. Quitárselo, haciéndole a ella lo que su padre le había hecho a él, sería más dulce porque ahora perder la casita sería perder algo importante. Una toalla… La puerta del dormitorio principal estaba cerrada y Pedro decidió no abrirla. Paula era suficientemente turbadora sin ver la intimidad de su dormitorio. Pero la otra habitación estaba abierta y podía ver que la había convertido en un despacho. Una vieja mesa pintada en color verde oscuro servía como escritorio. Sobre ella un ordenador, una impresora y una pila de libros.  Sin darse cuenta, Pedro se encontró mirando por la ventana… Lo que antes había sido un sitio lleno de malas hierbas era ahora más que un jardín. Dividido por árboles y arbustos, había sitios para sentarse, una zona para jugar y, al fondo, un huerto de los que salían en los programas de televisión. Volvió a mirar los libros. Había esperado diccionarios, libros de Historia o referencia, pero se encontró con libros de jardinería. ¿Paula había hecho ese jardín? Con ayuda, seguro. La casa parecía decorada por un profesional y el jardín tenía un aspecto inmaculado. Y estaba seguro de que la mujer en la que Paula Chaves se había convertido siempre encontraría ayuda. Había pensado que era la niña buena de antes, pero su repuesta al beso lo había hecho cambiar de opinión. Dejó los libros sobre la mesa, pero al darse la vuelta se encontró con un corcho en la pared lleno de fotografías de una niña, desde que nació hasta una más reciente del colegio. Tenía el pelo negro y su piel dorada no era resultado de estar tumbada al sol. Solo sus solemnes ojos grises se parecían a los de Paula y él podía imaginar la sorpresa de los vecinos cuando llegó al pueblo con un bebé.


–¿Has estado echando un vistazo? –le preguntó Paula cuando bajó a la cocina.


–He decidido darte un poco de tiempo para que te pusieras presentable – respondió él, sin molestarse en negarlo–. La casa ha cambiado mucho.


Había cambiado por completo.


–¿Me estás diciendo que el joven Pedro Alfonso no estaba interesado en las hadas del bosque? –bromeó Paula.


–No habría importado que lo estuviera –respondió él–. Nadie se ocupaba de esta casa cuando yo vivía aquí y nadie hubiera podido convencer a Horacio Alfonso para que se gastase en reparaciones el dinero que malgastaba en el pub.


–El papel del dormitorio era de antes de la guerra –dijo Paula–. No es que me queje, pero era tan viejo que ni siquiera tuvimos que arrancarlo, se caía solo.


–¿Lo hiciste tú?


–Claro. No podía contratar a nadie.


–Pero es obligación del casero hacer las reapariciones.


–¿Ah, sí? Pues tu madre no pudo convencerlo. Debería haber comprado un par de latas de pintura y hacerlo ella misma.


–Mi madre no se hubiera atrevido…

No hay comentarios:

Publicar un comentario