¿Pero cómo podía ella haber dejado que Pedro Alfonso la besara? ¿Cómo podía haber respondido al beso como si llevara la mitad de su vida esperándolo? Sus sentidos parecían más vivos que nunca, su sangre ardiendo después de un momento en el que nada más importaba, ni su dignidad, ni su hija… El beso había sido todo lo que su imaginación de niña había soñado y más. Emocionante, un sueño hecho realidad que podría rivalizar con cualquier cuento de hadas. Patético. Paula se agarró desesperadamente a esa palabra, cerrando los ojos en un vano intento de olvidar el olor de su piel, el calor de sus labios y la fuerza de sus hombros.
–¿Me has oído?
Pues claro que lo había oído.
–¡Espera!
Parecía enfadado. ¿Por qué iba a estar enfadado? Era él quien la había besado sin pedir permiso…
–Te he traído el zapato.
Paula lo tomó sin dejar de caminar, sin mirarlo. Estaba lleno de barro y lo tiró en la zanja con gesto desafiante.
–Eso ha sido una estupidez.
–¿Ah, sí?
Probablemente, sin duda. Volvería a buscarlo más tarde.
–¿Cuál es la multa por tirar basura en la finca?
–¿Seguro que quieres saberlo?
Paula tropezó con una raíz y Pedro la sujetó del brazo.
–Piérdete –le espetó ella, intentando soltarse–. ¿Vas a sacarme de aquí a la fuerza?
–Es por tu propia seguridad.
–Archie no va a molestarme, voy a pie. ¿Pero quién va a salvarme de tí?
–Te has llevado un susto –replicó él.
–¡Ahora te preocupas!
Desde luego que se había llevado un susto, pero no tenía nada que ver con Archie sino con Pedro Alfonso. Con que la hubiera besado y ella le hubiera devuelto el beso que había esperado toda su vida. ¿Cómo se atrevía a mostrarse tan calmado cuando ella estaba de los nervios?
–Es un poco tarde para hacer el papel de caballero andante, ¿No te parece?
–Me confundes con otro.
–No, imposible –Paula tropezó con una piedra, pero apretó los dientes para no gritar de dolor y para no decir algo que pudiese lamentar más tarde.
Pero cuando Pedro la tomó por la cintura, no tuvo más remedio que apoyarse en él. La alternativa era empujarlo y eso sería peor. La tentación de rendirse, como se había rendido al beso, era tan fuerte que tuvo que hacer un esfuerzo para distanciarse mentalmente de la ilusión de seguridad que ofrecían sus brazos y rezar para que pensara que su dificultosa respiración era debida al «Susto». Cuando llegaron a la verja tomó la caña de pescar que le ofrecía, pensando que quería que se la devolviera a Iván.
–Gracias… –la palabra terminó en un gritito cuando Pedro se inclinó para tomarla en brazos como si fuera una novia. Con la caña en la mano, lo único que pudo hacer fue echarle el otro brazo al cuello mientras Pedro tomaba el camino de gravilla que llevaba a la puerta trasera.
–¿La llave? –le preguntó, dejándola en el suelo.
–Estoy en casa, ya puedes irte –dijo Paula, apoyando la caña en la pared. No pensaba darle las gracias otra vez.
–¿Vas a ponerte difícil?
–Desde luego que sí.
Pedro se encogió de hombros mientras buscaba el ladrillo bajo el que escondía lallave.
–Pero bueno…
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