miércoles, 8 de mayo de 2024

Quédate Conmigo: Capítulo 13

Paula Chaves se alejó, abandonando su bicicleta, su zapato y una colección de horquillas cuando el pelo cayó sobre sus hombros. Pedro sabía que debería ir tras ella, pero no le hacía falta ver su sorprendida expresión o su espalda erguida para saber que debía ir con cuidado. Estaba claro que nada de lo que dijera o hiciera sería bienvenido en ese momento, aunque no sabía si su rabia iba dirigida contra él o contra sí misma. Lo único que sabía con certeza era que Paula Chaves nunca volvería a pasar por el camino en su bicicleta. Nunca volvería a tirarle una manzana a Archie.


–Un trabajo bien hecho –murmuró mientras, furioso consigo mismo y con ella, volvía a la zanja para recuperar el zapato de Paula. Con el zapato en una mano y la caña que había confiscado a Iván Harker en la otra, la siguió.


Era la primera vez que perdía el control en muchos años y no lo había hecho solo una vez, sino dos. Primero cuando la besó y luego cuando la inesperada rendición de Paula lo había hecho olvidar que su intención era castigarla por insultarlo ofreciéndole un soborno. Pero sobre todo castigarla por ser una Chaves. Sin embargo, se había olvidado de todo al sentir sus labios cediendo bajo los suyos, al rozar la seda de su lengua, al notar el calor de su cuerpo mientras se agarraba a él. Quién de los dos había recuperado antes el control, no podría decirlo. Solo sabía que cuando dió un paso atrás, Paula estaba mirándolo como si hubiera chocadocon un muro de ladrillo. Cualquier otra mujer lo habría mirado con los ojos entornados, las mejillas arreboladas y una sonrisa en los labios, pero Paula Chaves parecía un conejo cegado por los faros de un coche y, bajo la mancha de barro, sus mejillas estaban pálidas. Y no le había dado la oportunidad de decir… ¿Qué? ¿Lo siento? ¿A la hija de Miguel Chaves? ¿La chica que era demasiado buena para mezclarse con los chicos del pueblo? ¿La mujer que incluso viviendo en la peor casa de la finca seguía haciendo el papel de señora condescendiente, como había hecho su madre? Buscando trabajos de caridad para los pobres, desdeñando a los que consideraban por debajo de ellos… No, las cosas no iban a ser así. Pero ella no había esperado a que se disculpase. Después de mirarlo con cara de sorpresa, Paula se había dado la vuelta sin decir una palabra, como si él siguiera siendo la basura que su padre, igual que sir Enrique, pensaba que era. Como si ella fuera la princesa de Cranbrook. La rueda torcida de la bicicleta estaba clavada en el barro y, maldiciendo en voz baja, Pedro la sacó de un tirón.


–¡Espera, maldita sea!


Paula quería morirse. No, eso era ridículo. Ella no era una cría idiota enamorada del chico malo del pueblo. Era una mujer madura, responsable y sensata. Que quería morirse. ¿Cómo se atrevía? Muy fácil: Pedro Alfonso siempre había hecho lo que le daba la gana.

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