miércoles, 29 de mayo de 2024

Quédate Conmigo: Capítulo 50

 –¿Por qué iba a mentirte?


–Para dar pistas falsas.


–No, no es eso.


Muy bien.


Regla número seis para trabajar con Pedro Alfonso: Olvidarse de la regla número cinco.


¿Pero por qué le contaría algo tan personal? ¿De verdad creía que apartándola de su escritorio iba a silenciarla? No podía ser tan ingenuo. Sencillamente, había querido sorprenderla con esa afirmación, hacer que se volviera loca intentando averiguar si decía la verdad. Y, aunque sentía curiosidad, sobre todo sentía alivio al pensar que no tendría que escribir ese artículo. Por el momento, debía ocuparse de la semana de los deseos de Maybridge y luego volvería a las reuniones del Ayuntamiento y a las ferias agrícolas hasta que se retirase. Pedro detuvo el coche y ayudó a salir a Sofía mientras a Paula le daba vueltas a la cabeza.


–El primero que llegue gana un helado.


Sofía, naturalmente, salió corriendo por el puente sin esperar un segundo.


–¿Antes del almuerzo? –protestó Paula.


–¿Y el batido que tú le habías prometido?


–¡No te acerques demasiado al agua, Sofi!


–Aguafiestas.


–Más bien responsable –replicó ella.


Pero tenía razón: Había usado el batido para irritar a Pedro y un helado no sería tan malo. Mientras iban hacia el puente, Pedro sujetaba su brazo como si temiera que también ella saliese corriendo.


–Juana Michaels suele quedarse con Sofía durante la Semana Blanca porque Camila y ella son muy amigas, pero ahora no se hablan.


–¿Y cómo lo llevas?


–Como cualquier otra mujer en mi situación. O como cualquier hombre, con la ayuda de amigos y niñeras. Y cuando todo lo demás falla, haciendo lo que he hecho hoy, llevar a mi hija al trabajo.


–No es la situación ideal.


–Sofía se porta muy bien, pero es como un volcán a punto de estallar. Sabes que va a hacerlo y que cuanto más tarde lo haga será peor –Paula suspiró–. Al menos ahora, gracias a tí, puedo trabajar desde casa.


–No pareces particularmente agradecida.


–Perdona si no lloro de gratitud, pero no creo que lo hayas hecho por mí.


Sofía estaba esperándolos al otro lado del puente, dando saltos de emoción.


–He ganado, he ganado…


–Desde luego que sí –asintió Pedro, sacando un puñado de monedas del bolsillo–. Yo tomaré uno de noventa céntimos. ¿Y tú, Paula?


–Lo mismo, uno pequeño.


–Dos helados de noventa céntimos y el que tú quieras para tí –dijo él, poniendo las monedas en la mano de la niña.


–¡Se comprará un helado gigante!


–Estoy alimentando el volcán –bromeó Pedro–. ¡Estaremos mirando a los cisnes, Sofía!


–Esto es ridículo –protestó Paula.


–¿El helado, el almuerzo? ¿O me estás diciendo que no quieres ser el hada madrina de Maybridge?


Porras, ahí estaba la sonrisa de nuevo…


–No es eso.


–Pensé que tu destino en la vida era mover una varita mágica y hacer realidad los sueños.


–¿Si la muevo sobre la rosaleda no la arrancarás?


–Puedes intentarlo.


Sofía volvió en ese momento, caminando con mucho cuidado para no tirar los helados. Pedro tomó uno y cuando le ofreció el otro a Paula hubo una momentánea colisión de dedos que alimentó el volcán personal que latía dentro de ella.


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