lunes, 13 de mayo de 2024

Quédate Conmigo: Capítulo 25

Sin hacer caso de las normas, iba donde le apetecía, esquivando a los empleados de la finca para explorar las interminables habitaciones. Nunca se había llevado nada, ni siquiera una manzana de un cuenco, sencillamente le gustaba pasear por aquella vieja casa, tocar los muebles, mirar los cuadros y absorber la historia que le había sido negada. La emoción que sintió al tomar la escritura y tirársela a su abogado era algo que ni siquiera los insultos de Enrique Cranbrook habían podido estropear. Irónicamente, ahora que era el orgulloso propietario de Cranbrook Park, el único sitio en la finca donde todo estaba bien cuidado era la casa en la que había vivido una vez. Y era la inesperada respuesta de Paula Chaves a su beso lo que estaba grabado en su cerebro; el recuerdo de su piel, el tobillo apoyado en su muslo, lo que estaba revolucionando sus sentidos.


Paula miraba la pantalla del ordenador, perpleja. Sir Enrique Cranbrook había expulsado a Pedro de la finca el día que cumplió dieciocho años, cuando no tenía más que una vieja moto, pero había vuelto convertido en el presidente de una multinacional. Un multimillonario al que ella había acusado de pescar sin licencia, un multimillonario al que ella había ofrecido diez libras. Pedro debía estar partiéndose de risa. Bueno, pues que riera, pensó, pinchando furiosamente en todos los enlaces, decidida a averiguar qué había hecho desde que se marchó de allí y, sobre todo, cómo había ganado tanto dinero. Ella le enseñaría a Pedro Alfonso a hacer comentarios sarcásticos sobre su trabajo en un periódico local. ¿Interés humano? Aquello era interés humano en grandes titulares; un artículo que ella podía escribir porque había estado allí desde el principio. Y uno que no se había contado antes porque sería un escándalo en Maybridge. El hijo pródigo volvía, compraba la finca y mantenía apasionadas relaciones sexuales con la chica que había dejado atrás… ¡Un momento! Ella no escribía ficción, se recordó a sí misma. Pero Bruno le había dicho que podía quedarse en casa el resto de la semana y usaría el tiempo libre para poner al día su blog. Estaba haciendo fotografías de un gusano particularmente grande cuando sonó su móvil. Y ella pensando que podría descansar…


–Hola, Bruno –lo saludó, intentando disimular un suspiro.


–¿Cómo te encuentras?


Si iba a quedarse en casa, no podía decirle que estaba perfectamente.


–Regular.


–¿Podrías investigar un poco sobre el nuevo propietario de Cranbrook Park? Sin salir de casa.


Había sido ella quien insistió en que Cranbrook Park era su territorio, de modo que no podía negarse.


–¿Qué quieres saber?


–De dónde viene, quién es su familia, ese tipo de cosas. A menos que te encuentres muy mal…


–No, no. Estaba intentando poner al día mi blog, pero eso puede esperar.


–Buena chica.


–Idiota condescendiente –murmuró Paula. Pero solo cuando Bruno ya había colgado.


De vuelta en su despacho, comprobó su correo electrónico. Había un comunicado de prensa, embargado hasta el lunes, contándole al mundo, o a Maybridge al menos, que Pepe Alfonso había comprado Cranbrook Park.

Quédate Conmigo: Capítulo 24

 –Lo que necesitamos es alguien que sepa reforzar las orillas del río. Las lluvias han dañado el terreno y lo último que quiero es que alguien resulte herido.


–Genial –dijo la señorita Webb–. Dime otra vez por qué has comprado esta finca.


–Es un sitio estupendo para pescar truchas y he decidido dedicarme a pescar – respondió él, sacando la caña de Iván Harker.


La expresión de Beatríz decía que no estaba convencida, pero se limitó a decir:


–Tienes una reunión del consejo a las dos y media y si no te mueves llegarás tarde.


–He llamado a Alberto para que fuese a la reunión por mí. Ahora mismo, se me necesita aquí.


–En otras palabras, que quieres jugar con tu carísimo juguete.


–Todos los hombres tienen alguna afición.


–Alquilar una cabaña para pescar truchas habría sido mucho más barato –dijo Beatríz–. Además, pensé que querías pasar desapercibido.


–Es imposible pasar desapercibido en un pueblo tan pequeño –dijo él. Y menos cuando acababas de tener un encuentro con la prensa local–. ¿Algún mensaje?


Ella negó con la cabeza.


–¿Esperabas alguna llamada en particular?


–No, pero pensé que tal vez habrían llamado del periódico local…


–Ha llamado el editor y también una mujer que quería darle un interés humano a la noticia… –el teléfono de Beatríz empezó a sonar–. No te preocupes, Pedro. He dejado claro que no das entrevistas.


Una mujer. Estaba claro que era Paula Chaves.


–Espera un momento, Karen… –Beatríz se puso el teléfono en el pecho–. ¿Alguna cosa más? Tengo que irme a casa. Esta tarde hay una función en el colegio de mi hija.


–No te preocupes, no te necesito –dijo él, tomando la bicicleta–. Dile a Karen que puede venir a pasar una semana aquí, si le apetece.


–¿Vas a quedarte?


–Un par de semanas –respondió Pedro–. Hay que arreglar el tejado urgentemente y así saldré de la oficina. ¿No me regañas continuamente porque trabajo demasiado?


–Crear barreras en las orillas del río y arreglar un tejado no era lo que yo tenía en mente. Y gracias por la invitación, pero nos vamos a Italia en vacaciones. Estar tumbada en la playa es mucho mejor que recoger basura. Si te apetece venir, tenemos sitio en la casa.


–Me lo pensaré –dijo él, pero los dos sabían que no era verdad. Viajar era algo que hacía por trabajo y, por el momento, lo único que quería era montar en su Harley por la finca como solía hacer. Aunque no sería tan divertido sin un jardinero o un guardés furioso persiguiéndolo.


Nada era tan divertido últimamente. Pedro miró alrededor, pensando que tenía algo por lo que levantarse cada mañana. Todo estaba descuidado, viejo. Había que cortar las malas hierbas, arreglar las manchas de humedad en las paredes… Cuando era niño, la casa estaba bien cuidada. Era un sitio impresionante para unos pocos privilegiados, un territorio prohibido para alguien como él. Aunque Pedro no se había dado cuenta.

Quédate Conmigo: Capítulo 23

Paula iba repitiendo esa palabra mientras subía a su despacho y encendía el ordenador. Incluso mientras buscaba en Internet el nombre de Pedro Alfonso … no, Pepe Alfonso. No podía ser él. Aparentemente, había muchos Pepe Alfonso en el mundo, de modo que buscó imágenes. Había docenas de fotografías, pero una en concreto llamó su atención. Y, al verla, experimentó la misma sorpresa que esa mañana, al encontrarse con Pedro Alfonso en la zanja. Lo tenía delante de ella, pero se negaba a creerlo… Incluso cuando pinchó en la imagen para leer el artículo. Sabía que no podía ser verdad, pero allí estaba. A todo color. El Pedro Alfonso al que había atropellado con su bicicleta un par de horas antes era, aparentemente, Pepe Alfonso, que poseía una compañía internacional de transportes, Pedgo, con un logo en plata y negro familiar para cualquiera que hubiese estado alguna vez en una parada de autobús. Tenía camiones, autobuses, tráilers, por no hablar de aviones y barcos. Pedro Alfonso, su Pedro, era el presidente de una gran empresa que ganaba miles de millones al año.




–¡Pedro! ¿Dónde demonios te habías metido? –Beatríz Webb rara vez se mostraba agitada, pero lo estaba en ese momento–. He organizado la reunión del lunes, pero tienes que volver a Londres ahora mismo y yo también.


–Lo siento, estaba paseando por la finca y perdí la noción del tiempo.


–Recogiendo basura, veo –dijo Beatríz al ver que sacaba una vieja bicicleta del Land Rover.


–No podía dejarla tirada en medio de la finca.


Eso era más fácil que contarle lo que había ocurrido en realidad.


–Una empresa de la zona limpiará la finca y tirará los edificios viejos. ¿Quieres que pida un informe antes de empezar? –le preguntó su secretaria, señalando el establo del siglo XVIII–. Por si acaso hubiera jarrones chinos de incalculable valor.


–No te molestes. Cranbrook tenía expertos que lo revisaron todo con lupa esperando encontrar un tesoro escondido.


Cualquier cosa para salvarlo de la ruina, cualquier cosa para evitar que sus acreedores lo obligasen a vendérselo todo a él. Era saber que sir Enrique Cranbrook no vería un céntimo de ese dinero lo que había hecho que pagar un precio exorbitante por la finca fuera casi un placer. Cuando Hacienda hubiera recibido su parte, el resto iría a los acreedores, la «Gente pequeña» a la que Cranbrook había despreciado para seguir viviendo lujosamente. Eso y el hecho de que Enrique Cranbrook supiera que cada momento de comodidad que le quedase en este mundo era pagado por el hijo al que nunca había querido y al que siempre se negó a reconocer. Sabiendo cuánto odiaría eso era la mejor de las venganzas.

Quédate Conmigo: Capítulo 22

 –En la oficina de correos dicen que van a convertirla en un hotel o en un centro de conferencias –siguió Leticia.


–Corren todo tipo de rumores por ahí –asintió Paula–. Pero debes admitir que la finca sería perfecta para eso. Es preciosa y probablemente hay sitio suficiente para hacer un campo de golf.


–¿De verdad? ¿Cuánto ocupa un campo de golf?


Paula sonrió.


–No tengo ni idea, pero mira el lado bueno del asunto: Sea quien sea el nuevo propietario, es evidente que tiene dinero. Y eso significa que contratará gente, de modo que Diego podría tener trabajo.


–Y a lo mejor Iván también –dijo Leticia, esperanzada–. Incluso yo podría hacer más horas.


–¿Iván está en casa?


–Según él, está estudiando… Cómo lanzar una caña de pescar, por supuesto.


Eso respondía a su pregunta.


–Bueno, si tiene tiempo podría ir a buscar mi bicicleta. Sigue tirada en la zanja.


–Se lo diré cuando vuelva a casa para comerse todo lo que hay en la nevera.


En cuanto Leticia se marchó, Paula tomó el teléfono para llamar a la casa.


–Cranbrook Hall.


La voz, desconocida, era de mujer.


–¿Señorita Webb?


–Sí, soy yo.


–Bienvenida a Cranbrook Park. Soy Paula Chaves–se presentó.


–¿Y qué quería, señorita Chaves?


–Trabajo para el Maybridge Observer y me han dicho que Cranbrook Park tiene un nuevo propietario. Como imaginará, hay todo tipo de rumores volando por ahí. La gente espera que se creen puestos de trabajo…


La señorita Webb no respondió.


–Siempre ha habido una gran relación entre la finca y el pueblo –siguió Paula–. Eventos benéficos y ese tipo de cosas… –Nada, la secretaria no decía ni pío–. Me gustaría hablar con usted sobre el futuro de la finca.


–¿En su periódico no hablan unos con otros? –le preguntó la señorita Webb por fin–. Hace media hora he hablado con su editor y le he dicho lo que voy a decirle a usted: El señor Alfonso no quiere hablar con reporteros.


–Lo siento, no he estado en la oficina esta mañana y, aunque mi editor está buscando datos, yo estoy más interesada en el lado humano de la noticia. Como he dicho, Cranbrook Park es parte de la comunidad…


En ese momento, el nombre se registró en su cerebro. «El señor Alfonso». No, no podía ser. O tal vez era una coincidencia.


–¿Ha dicho Alfonso?


–Pregúntele a su editor, señorita Chaves. Él tiene todos los detalles que estamos dispuestos a filtrar a la prensa.


–Muy bien, gracias.


No. Imposible. No, no, no, no, no…

Quédate Conmigo: Capítulo 21

 –¿Paula?


–Ah, perdona. Es que me he caído de la bicicleta.


–¿Y quién era ese hombre?


Paula le contó una versión editada del accidente.


–Me han dicho que se ha vendido la finca, por cierto –dijo luego, intentando cambiar de tema.


–¿Quién te ha dicho eso? No se hará público hasta el lunes.


–No te preocupes, no diré nada hasta que sea oficial. Así podré investigar un poco.


Algo interesante que añadir a su artículo sobre la historia de Cranbrook Park en el que estaba trabajando desde que empezó a rumorearse que la finca sería vendida.


–Verás… –Leticia alargó la palabra como si fuera una goma elástica mientras tomaba una galleta–. Según la secretaria del abogado, la ha comprado un multimillonario.


–Bueno, era de esperar –dijo Paula. ¿Quién más podría comprar una finca así?–. ¿Sabes algo de él? ¿Está casado? ¿Tiene hijos? Esos eran los detalles que querrían conocer los lectores del Observer.


–He recibido una llamada de una tal Beatríz Webb esta mañana. Dice que quiere discutir mi futuro en la finca y me ha citado para el lunes.


–¿Es la secretaria del millonario?


–No lo sé –respondió Leticia–. Debería haber preguntado, pero me quedé tan sorprendida que solo pude decir: «Allí estaré».


Paula intentó contener su impaciencia.


–Espero que no vaya a darte una mala noticia.


–Yo también –Leticia suspiró–. Con Diego trabajando a tiempo parcial e Iván sin empleo, las pocas horas que trabajo en la oficina y el dinero que tú me pagas por cuidar de Sofi es lo único que nos mantiene a flote.


–No te preocupes, el nuevo propietario seguirá necesitando gente que lleve la finca.


Paula no mencionó que le había pedido a Pedro que buscase un trabajo para Iván. No tenía sentido crear falsas esperanzas. Leticia hizo una mueca.


–La señorita Webb parecía capaz de dirigirlo todo con una mano atada a la espalda.


–Pero probablemente ella tendrá trabajo en Londres.


–¿Londres?


–Imagino que es allí donde vive el millonario. Una finca en el campo es algo para los fines de semana.


Si la señorita Webb pensaba organizar fiestas y cacerías para sus amistades, necesitaría a alguien que cuidase la finca. Alguien como Pedro. Paula sintió un cosquilleo de anticipación y tomó una galleta de chocolate para intentar contenerla. Pedro Alfonso era una amenaza y tenía suficientes problemas como para pensar en él. Además, Pedro nunca estaría interesado en ella. Que aún sintiera la marca de sus labios no significaba nada.

viernes, 10 de mayo de 2024

Quédate Conmigo: Capítulo 20

 –Voy a llevar a Sofi de compras este fin de semana, a ver qué llama su atención.


–¿No deberías esperar a ver qué tiene en mente el nuevo propietario de Cranbrook Park antes de gastarte dinero en una casa que no es tuya?


–Un par de rollos de papel no van a arruinarme –dijo ella–. Además, cuando vea lo estupenda inquilina que soy, probablemente me suplicará que me quede.


Sin decir nada, Pedro cubrió otra silla con la toalla y puso su pie encima.


–¿No deberías estar trabajando? –le preguntó Paula mientras tiraba el agua de la palangana para volver a llenarla. 


Cualquier cosa para no pensar en lo agradable que había sido sentir el roce de su mano en el pie, lo agradable que era que alguien cuidase de ella. Para no pensar en el gran agujero que había no solo en la vida de Sofi sino en la suya.


–No hasta que haya terminado con esto –Pedro levantó su pie para sentarse en la silla y se lo colocó sobre el muslo.


Paula tragó saliva. Era como lo de ponerse bragas nuevas, solo que en aquel caso se trataba de laca de uñas. Nunca salgas de casa sin pintarte las uñas de los pies, en caso de que tengas un accidente y un hombre guapo decida lavarte… ¿Quién lo hubiera imaginado?


–Solo es un corte sin importancia –dijo Pedro, secando el pie con la toalla–. ¿Tienes una gasa?


Paula abrió el botiquín y sacó una caja de gasas, temblando ligeramente cuando sus dedos se rozaron.


–Estás helada. ¿No vas a tomar el té? –le preguntó él, poniendo la gasa sobre elcorte.


–Está demasiado dulce.


–Es medicinal… –su móvil empezó a sonar en ese momento y Hal miró la pantalla–. Tengo que irme –dijo entonces, levantándose y poniendo su pie sobre la silla–. Si te duele o se pone rojo, llama al médico.


–Sí, doctor.


Después de vaciar la palangana, Pedro se secó las manos y desapareció.


–Gracias, doctor –murmuró Paula, mientras escuchaba el sonido de sus pasos en la gravilla del camino.


Si se concentraba, casi podía seguir sintiendo las manos de Pedro en su pie, el sensual roce de sus dedos… Paula acababa de salir de la ducha cuando un golpecito en la puerta aceleró su corazón. ¿Sería Pedro de nuevo?


–Paula, soy Leticia.


No era Pedro con su bicicleta sino una vecina.


–¡Espera un momento, bajo enseguida!


A toda prisa, se puso una camiseta, haciendo una mueca de dolor cuando rozó su hombro, y un par de cómodos vaqueros.


–¿Estás bien? –le preguntó Leticia, al verla cojear.


–Sí, estoy bien.


–La señora Judd me dijo que había un hombre en tu casa.


La vida en Cranbrook podía haber cambiado mucho en la última década, pero la imposibilidad de hacer algo sin que todo el mundo se enterase en cuestión de minutos seguía intacta. Lo cual significaba que Pedro Alfonso no podía vivir en el pueblo. Leticia, que siempre insistía en que tenía que buscar a alguien, se habría enterado de inmediato.


Quédate Conmigo: Capítulo 19

Los ojos de Pedro eran de color azul oscuro, pensó Paula, y tenía arruguitas alrededor, como si sonriera a menudo. Pero su expresión dejaba claro que no iba a hacerlo por el momento y menos si le preguntaba por qué su madre, una mujer joven y guapa, había elegido vivir así.


–Sir Enrique me alquiló la casa después de prometerle que yo misma haría las reparaciones.


–Menudo tacaño.


–No había dinero para reparaciones –lo defendió ella.


–Y las hiciste tú por él.


–No tenía dónde vivir. Sir Enrique estaba haciéndome un favor.


Limpiarla, decorarla, convertir aquella casa en un hogar para ella y para Ally la había mantenido centrada, dándole un propósito durante los primeros meses, cuando su vida había dado un giro de ciento ochenta grados. Sin universidad, sin trabajo, sin familia. Solo ella y su hija. Limpiar, pintar, barnizar, todo eso había evitado que se muriese de miedo.


–Hicimos un trato –dijo Paula–. Si la casa estuviera reformada, yo no podría haber pagado el alquiler. Pero sir Enrique me dió los materiales y reemplazó los cristales rotos.


–¿Ah, sí? Qué sorpresa –Pedro sacudió la cabeza–. ¿Tienes cosquillas?


–No… ¿Qué estás haciendo? –preguntó ella, desconcertada por el cambio de tema.


Pedro no se molestó en responder mientras clavaba una rodilla en el suelo y tomaba su pie. Paula contuvo el aliento mientras pasaba una mano por el empeine.


–¿Te duele?


–Me escuece un poco.


Era mentira. Con la mano de Pedro deslizándose por su tobillo, no sentía ningún dolor.


–Sofi ha empezado a quejarse del papel de su habitación –Paula cambió de tema en un intento de distraerse.


–¿Sofi?


–Sofía, mi hija. Se llama como su abuela.


–Ah, claro –murmuró él.


–Aparentemente, se le ha pasado el momento de las hadas. No me puedo creer que dentro de nada vaya a cumplir ocho años.


–¿Ocho años es ser demasiado mayor para las hadas?


–Tristemente, sí.


–¿Y qué es lo siguiente? –preguntó Pedro. Paula estaba hipnotizada por el roce de sus manos. Unas manos con pequeñas cicatrices, las manos de un mecánico–. ¿Ballet? ¿Montar a caballo?


–Nada de ballet –respondió ella–. Le encantan los caballos, pero no puedo permitírmelo. La verdad, me da igual lo que elija mientras haya un tiempo entre ahora y los chicos. Los niños crecen tan rápido hoy en día.


–Siempre ha sido así.


–¿De verdad? Pues yo debí perdérmelo. Demasiados deberes, supongo –dijo Paula. Su madre no la dejaba ir al pueblo y, además, nadie se fijaba mucho en ella. Al menos, las chicas. Los chicos la habían mirado disimuladamente alguna vez, pero ninguno había sido lo bastante valiente como para decirle nada–. Las chicas del pueblo parecían mayores que yo.


–Pero eso ya no es un problema.


Paula negó con la cabeza.


–No, pero no se puede recuperar el pasado.


A los dieciocho años seguía siendo increíblemente ingenua y creía que el sexo y el amor iban de la mano…