miércoles, 1 de mayo de 2024

Pasión: Capítulo 78

Paula experimentó una inmediata sensación de euforia, pero intentó controlarla.


—¿Por qué quieres que me quede?


Los guardias de seguridad seguían sujetándolo, pero él no parecía darse cuenta. Estaba como enfebrecido, su voz ronca de emoción.


—Cundo dijiste que me querías no podía creerlo. Me daba miedo creerlo. Mi madre me dijo eso antes de cambiarme por mi hermano… Como si no le importase nada.


A Paula se le encogió el estómago.


—Ay, Pedro… —murmuró, mirando a los hombres de seguridad—. Por favor, déjenlo pasar.


Por fin lo hicieron, aunque se quedaron cerca, dispuestos a retenerlo si volvía a provocar una escena. Pedro tomó su mano y se la llevó al pecho, haciendo que Paula notase los latidos de su corazón.


—Dijiste que me querías, pero una parte de mi aún no puede confiar del todo… No puedo creerlo. Me da pánico que un día me dejes, que confirmes mis miedos. Desde niño he pensado que cuando la gente dice «te quiero» en realidad van a romperte el corazón.


Paula levantó la otra mano para tocar su cara. Sabía que estaba asustado. 


—¿Me quieres? —murmuró.


Pedro pareció pensarlo un momento.


—Pensar en no volver a verte, en una vida sin tí… Me resulta insoportable. Si eso es amor, entonces te quiero. Te quiero más de lo que nunca he querido a nadie.


El corazón de Paula rebosaba de amor.


—¿Estás dispuesto a dejar que te demuestre cuánto te quiero?


Él asintió.


—El dolor de no volver a verte es mucho peor que el dolor de enfrentarme con mis patéticos miedos.


Ella sacudió la cabeza, las lágrimas nublando su visión.


—No son miedos patéticos, Pedro. Yo estoy tan asustada como tú.


Pedro sonrió, aunque era una sonrisa incierta, su habitual arrogancia remplazada por la emoción.


—¿Tú, asustada? No es posible. Eres la persona más valiente que conozco y no tengo intención de separarme nunca de tí.


Paula intentó contener las lágrimas cuando la abrazó, buscando sus labios con desatada pasión. Cuando se separaron, la gente a su alrededor empezó a aplaudir. Ella, avergonzada, enterró la cara en el pecho de Pedro.


—¿Vienes a casa conmigo?


A casa. A su casa, con él. La ferocidad y la velocidad con la que se habían encontrado el uno al otro la asustó por un momento. ¿Podía confiar?, se preguntó. Pero en los ojos de Pedro veía sus sentimientos como en un espejo y decidió agarrar el sueño antes de que desapareciese.


—Sí, vamos a casa. 

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