viernes, 24 de mayo de 2024

Quédate Conmigo: Capítulo 36

 –¿Serviría de algo si te dijera que fui yo quien enseñó a Archie a aceptar manzanas?


–¿Qué?


–Para que fuera mi cómplice.


–¿En serio?


–Cuando se acostumbró a ser sobornado, montaba un número cada vez que alguien se acercaba sin manzana.


–Dándote tiempo a desaparecer –dijo Paula, sin poder evitar una sonrisa–. ¿Y eran las manzanas del que ahora es mi jardín?


–Exactamente.


–Pues me siento como una tonta.


Pedro le quitó el trapo de la mano y lo pasó por su barbilla para limpiar una mancha de grasa. Sus labios entreabiertos, como a punto de hacer una pregunta, invitaban a un beso. No el beso exigente y duro del camino, que ella había convertido en otra cosa, sino la clase de beso que solo podía llegar a una conclusión.


–¿La has limpiado? –le preguntó ella.


–No, lo he empeorado –respondió Pedro, antes de darse la vuelta–. Será mejor que entres para lavarte un poco. No querrás que nadie te vea así.


Iván estaba en la cocina, vaciando la lata de galletas.


–La hora de comer ha terminado –le advirtió Pedro–. Terminaremos con tu moto mañana.


–¿En serio? Gracias, señor Alfonso… Pedro. ¿Te importa si traigo a un amigo para que mire? Hemos pensado abrir un taller de reparaciones y…


–Sí, sí, de acuerdo. Pero ahora vuelve al trabajo.


–Es muy amable por tu parte –dijo Paula cuando Iván desapareció.


–No es nada. Me divierte.


–Ayudar a Iván y revivir tu juventud sí es algo.


–No tengo tiempo para eso.


–¿No? –Paula suspiró–. Hacerse mayor no es tan estupendo como uno cree, ¿Verdad? En fin, será mejor que vaya a lavarme un poco.


Paula usó un baño de empleados para echarse agua fría en la cara y el cuello. Había estado segura de que Pedro iba a besarla y, por un momento, había querido que lo hiciera. Inquieta, se sujetó el pelo con el prendedor, restaurando un poco de orden a aquel caos. ¿Cómo se le había ocurrido decir eso? Que no era una periodista de verdad… Una mirada al espejo le dijo que no había forma de restaurar el orden. Se había manchado la camisa y tenía que cambiarse para volver a trabajar. Una pena volver con las manos vacías. Pedro no estaba en la cocina y empujó la puerta que dividía la zona de empleados de la parte principal. Esperaba que hubieran vaciado la casa, pero todo estaba como lo recordaba, con los muebles y los retratos de los Cranbrook.


–¿Estás echando un vistazo?


–Me sorprende que todo siga aquí, pero imagino que no habrá mucho mercado para antepasados de segunda mano.


–Depende de quiénes sean esos antepasados –dijo Pedro–. Aquí no hay nadie que sea lo bastante importante o distinguido como para interesar a alguien que no sea un Cranbrook y en la residencia del antiguo propietario no hay sitio.

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