miércoles, 29 de mayo de 2024

Quédate Conmigo: Capítulo 49

 –Está muy bien, vive en España.


–¿Y qué piensa ella de que hayas comprado la finca?


–No lo sabe.


–Ah.


Qué raro, pensó Paula.


–Ella siempre fue amable conmigo y la eché de menos cuando se fue… Tras la muerte de tu padre.


Pedro apretó los labios.


–Era un accidente que tenía que ocurrir tarde o temprano. Ir borracho por la orilla de un río nunca es buena idea.


–Pedro… –Paula tocó su brazo para recordarle que no estaban solos–. Lo siento, no lo sabía.


–¿Por qué ibas a saberlo? Tú nunca lo viste cuando volvía del bar.


¿Habría sido un padre violento?


–De todas formas, me da pena.


–¿Por qué no dices lo que piensas de verdad, Paula?


–No te entiendo.


–¿Dónde estaba yo cuando mi madre me necesitaba?


–Hablé con mi madre para que intercediese ante sir Enrique. Me parecía una crueldad que no pudieras volver a la finca para el entierro.


–¿Y habló con él?


Ella negó con la cabeza.


–Me dijo que yo no lo entendía, que no era tan sencillo y que tú no volverías nunca.


–Y, como ves, estaba equivocada. ¿Le has dicho que he vuelto?


–No.


–Las madres siempre son las últimas en enterarse de todo –Pedro se encogió de hombros–. Esa no es la razón por la que no vine al entierro.


Rozó su pierna sin querer al cambiar de marcha y Paula dió un respingo, pero él no pareció darse cuenta.


–Estaba en la India en viaje de negocios cuando ocurrió y mi madre no me lo contó hasta varios días después. La saqué de aquí en cuanto pude… Antes de eso no quería irse, en caso de que te lo hayas preguntado.


–¿Por qué iba a preguntármelo? No sabía que te hubieras hecho millonario o que ella fuese infeliz –Paula tragó saliva–. Lo siento mucho.


–No lo sientas por mí –Pedro pisó el acelerador–. Horacio Alfonso no era mi padre biológico.


Ella abrió la boca, atónita, pero no se le ocurría nada que decir.


–¿No me digas que te has quedado sin palabras?


–No.


¿Horacio Alfonso no era su padre? Bueno, eso tenía sentido. No se parecían en absoluto…


–Un poco, la verdad.


¿Entonces quién era su padre? ¿Alguien de la finca? ¿A quién se parecía? Había oído algo en una ocasión…


–¿Esa era tu intención, dejarme sin palabras? –le preguntó. 


Si había aprendido algo en su trato con Pedro Alfonso era que cuando quería que supiera algo se lo contaba directamente. Si no, cambiaba de tema.


–No.


–¿Me estás diciendo la verdad?


Regla número cinco para trabajar con Pedro Alfonso: No creer todo lo que decía.

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