miércoles, 1 de mayo de 2024

Pasión: Capítulo 80

Si alguien había cuestionado la fiabilidad del recuerdo de una niña de cinco años, las pruebas del sistemático maltrato de su padre, que había buscado la complicidad de un médico corrupto para engancharla a los fármacos, habían disipado cualquier duda. Su testimonio había sido más conmovedor porque estar en el último mes de embarazo no había evitado que testificase o se enfrentase a su padre cada día del juicio. Pero todo el mundo estaba de acuerdo en que la constante presencia y apoyo de su marido, Pedro Alfonso, le había dado fuerzas para hacerlo. Por fin, la llamativa pareja salió del Juzgado. 


Pedro Alfonso sujetaba a su mujer por la cintura en un gesto protector y los fotógrafos capturaron su sonrisa de alivio. Los abogados de las respectivas partes se detuvieron para hablar con la prensa mientras la familia subía a varios vehículos y eran escoltados por la policía hasta un lugar secreto, donde iban a reunirse para celebrar la sentencia después de tantos meses de angustia. Miró a Paula en el asiento del Land Rover y se llevó su mano a los labios.


—¿Estás bien?


Ella sonrió. Sentía como si por fin, después de tantos años, se hubiera quitado el enorme peso que había llevado sobre los hombros.


—Cansada, pero contenta de que todo haya terminado.


Pedro la besó apasionadamente, pero cuando se apretó Paula frunció el ceño y miró hacia abajo.


—¿Qué ocurre? ¿No te encuentras bien?


Paula lo miró haciendo un gesto de sorpresa.


—He roto aguas… Por todo el asiento.


El conductor miró por el espejo retrovisor con cara de susto y, discretamente, tomó un móvil para hacer una llamada. Paula estuvo a punto de reír al ver la expresión aterrorizada dePedro. Llevaba semanas en estado de alerta, observándola como un halcón y reaccionando de forma exagerada ante cualquier dolorcillo sin importancia. Pero aquello no era un «Dolorcillo». Pedro apretó su mano al ver el gesto de dolor.


—Dios mío, estamos de parto. 


Angustiado, le pidió al conductor que los llevase al hospital más próximo. La escolta policial ya estaba apartándose del resto del convoy y el conductor le aseguró en italiano:


—Estoy en ello, llegaremos en diez minutos.


Pedro se echó hacia atrás en el asiento, con el corazón acelerado, una enorme bola de amor y emoción en el pecho. Miró el hermoso rostro de su querida esposa y esos ojos azules en los querría ahogarse.


—Te quiero —dijo con voz ronca, las palabras saliendo de su corazón.


—Yo también te quiero.


La sonrisa de Paula era un poco débil, pero en sus ojos podía ver la misma emoción que debía haber en los suyos. En silencio, puso una mano sobre el hinchado abdomen que albergaba a su hijo, el bebé que estaba a punto de empezar el viaje para conocerlos por fin. Su mujer, su familia… Su vida. Se había enriquecido más allá de lo que nunca hubiera podido imaginar. Y ocho horas después, cuando tuvo a su hija recién nacida en brazos, con la carita toda arrugada y más preciosa que nada que hubiera visto nunca, salvo su mujer, Pedro supo que confiar en el amor era la más asombrosa revelación de todas.







FIN

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