viernes, 24 de mayo de 2024

Quédate Conmigo: Capítulo 39

 –¿Dónde te habías metido? –exclamó él.


–Estoy en Cranbrook y, por el momento, no he visto señales de que vayan a construir nada.


–¿Nada?


–Nada –respondió Paula–. Pero he oído por ahí que el señor Alfonso piensa restaurar la rosaleda.


–¿Y?


–Es una rosaleda famosa, Bruno. Tiene mucha historia –Paula miró su reloj–. Investigaré un poco desde casa y tal vez mañana podamos publicar algo.


–Mañana publicaremos el artículo sobre la merienda.


–Aún no lo he terminado.


–Yo sí. El de la rosaleda puede ir en el suplemento del domingo.


Paula murmuró una palabrota que no hubiera usado en casa antes de llamar a Pedro.


–¿Pedro?


–Dos veces en un día, qué emoción.


–Lo siento, pero tengo que hablar contigo sobre la merienda.


–Lo siento, no hay merienda.


–¿No puedo convencerte?


–No.


–Es una pena –dijo Paula–. La mujer de mi editor es la tesorera del refugio de animales de Maybridge para el que íbamos a recaudar fondos.


–Entonces, me prepararé para el artículo de mañana.


–No compres el periódico a menos que quieras ver una fotografía tuya a los seis años, vestido como un oso panda en la obra del colegio –le advirtió ella.


–Eres despiadada.


–Absolutamente –asintió Paula, con el corazón encogido.


–¿Por qué no organizan la merienda en el parque del pueblo?


–La merienda tiene que hacerse en un bosque. Y tienes hasta medianoche para tomar una decisión.


–No esperes sentada.


–No, desde luego. Y, por cierto, se me ha olvidado preguntarle a Iván cuándo estará reparada mi bicicleta.


–Aparentemente, ya no hacen ruedas como esa, pero está intentando encontrar algo que valga. Si no, te compraré una bicicleta nueva… Pero seguro que le contarías a todo el mundo que estoy intentando comprar tu silencio.


–No, al mundo no, solo a Maybridge.


–Una pena –dijo Pedro–. He visto una en Internet que sería perfecta para tí: Rosa y blanca, como la que tenías de niña.


–Ahora soy una adulta, Pedro.


–Adiós, Paula.


Pedro sacó el periódico de la papelera y volvió a mirar al hada que se parecía a Paula Chaves. Paula, que llevaba un prendedor del que escapaban algunos rizos dorados; el tipo de prendedor que le daba ideas a un hombre. Y, sin duda, ese era su propósito. Aunque él no necesitaba ayuda. A distancia, podía ser racional sobre ella y recordar que era la hija de su enemigo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario