lunes, 6 de mayo de 2024

Quédate Conmigo: Capítulo 8

 –Imagino que será Iván Harker. Su madre está desesperada con él –dijo Paula–. Dejó el colegio el año pasado y no quiere trabajar. Antiguamente, el Estado le habría enseñado un oficio…


–Y trabajaría por una miseria.


–El sueldo mínimo, ya sabes. No es mucho, pero es mejor que nada. Si el nuevo dueño de la finca quiere contratar gente, podrías darle referencias.


–¿Quieres que le busque un trabajo? –exclamó Pedro.


–Tal vez haya alguna escuela profesional patrocinada por el Estado o algo así. Por favor, Pedro, ¿Si hablo con él, lo dejarás en paz?


–Si yo hablo con él, ¿Me dejaras en paz tú a mí?


–Haré algo mejor que eso –respondió Paula–. Te haré un pastel de limón. O una tarta de manzana.


–No te molestes –murmuró Pedro, mirando la bicicleta–. La rueda delantera se ha torcido.


Paula tuvo que tragarse la desilusión.


–Genial. He perdido mi bicicleta por olvidar la manzana. ¿Se puede arreglar?


–¿Merece la pena? –le preguntó él, alargando una mano para ayudarla a levantarse–. Debe tener cincuenta años.


–No, tiene más. Era de la niñera de sir Enrique.


Tenía las manos frías, o tal vez las suyas estaban demasiado calientes. Fuera como fuera, algo le ocurrió a sus pulmones cuando se rozaron, como si no fueran capaces de tomar aire. ¿Sería esa la prueba de que sufría una conmoción cerebral? Pedro salió de la zanja y tiró de su mano, pero algo se enganchó en su chaqueta de lana.


–¡Espera! –exclamó Paula. Ya se había cargado la bici y no pensaba cargarse su mejor chaqueta–. Se ha enganchado con algo… ¡Ay! –al apoyarse en la pared de la zanja se clavó en la mano algo con espinas–. Este es mi día de suerte, desde luego.


–Eso depende de si te han puesto la antitetánica recientemente.


¿Había en su tono una nota de preocupación? ¿O era la esperanza de que tuvieran que ponerle una inyección?


–Gracias por preocuparte.


En aquel momento preferiría un pinchazo que la vacunara contra los hombres peligrosos, de esos que se ponían en tu camino y hacían que te ruborizases como si tuvieras trece años otra vez. Hombres que te hacían sentir…


–Toma, usa esto –Pedro le ofreció un pañuelo recién planchado–. Deberías levantarte más temprano –dijo luego, arruinando la galantería.

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