viernes, 31 de mayo de 2024

Quédate Conmigo: Capítulo 52

No necesitaba que su madre le advirtiese que Pedro era tan peligroso ahora como lo había sido antes, más aún. Entonces ella era demasiado joven, pero… Siempre había querido que se fijase en ella y allí estaba, a su lado, tomando un helado frente al río.


–Hacerse mayor –dijo él, pensativo–. Cuánto deseábamos tener libertad para hacer lo que quisiéramos, para ser lo que quisiéramos. No sabíamos que era una suerte ser niños, antes de que la vida se convirtiera en una responsabilidad, sin tiempo para relajarse o hacer el tonto.


–Uno no se convierte en multimillonario haciendo el tonto –dijo Paula. Y, al ver que tenía canas en las sienes pensó que ella no era la única que había dejado de jugar–. ¿Qué harías si pudieras perder el tiempo por un día? ¿Desguazar una moto?


–Y luego montar en ella por las dunas del bosque de Cranfield o ir a pescar – respondió él–. Por cierto, esta mañana he estado acariciando una trucha enorme.


–¿Eso se puede hacer?


–¿Quieres que te enseñe? –le preguntó Pedro. 


Y el corazón de Paula se aceleró al ver las arruguitas que se formaban alrededor de su boca cuando sonreía. Era la clase de sonrisa que podría incendiar a una mujer que no tuviese el corazón protegido por una capa de amianto. Un aviso de que ya no estaban hablando de pescar.


–Pensé que eso de acariciar a las truchas era un cuento de pescadores.


–Tienes que saber dónde se esconden las truchas, quedarte inmóvil y esperar pacientemente.


Paula podía imaginarse metida en el agua hasta la cintura, con Pedro tras ella, los brazos a su alrededor, guiándola mientras lanzaba la caña…


–Hay que acariciarlas suavemente para que no sepan que estás allí, hipnotizarlas con las manos y hacer que deseen más…


–Yo odio el pescado –lo interrumpió ella–. ¡Sofía, ten cuidado! –Pedro la sujetó del brazo cuando estaba a punto de levantarse del banco–. Se va a caer.


–El río no cubre en esta zona y estoy vigilándola. No le pasará nada.


–Se va a mojar.


–Hace calor. Se secará pronto.


–¿Estás diciendo que soy una madre exageradamente protectora?


–Solo porque eres una madre exageradamente protectora –replicó él–. Es comprensible, pero tienes que intentar controlarte.


–¿Qué sabes tú de ser padre? –le espetó ella mientras observaba a su hija paseando a la orilla del río–. Mi madre no me hubiera dejado… –su madre no la hubiera dejado acercarse tanto al agua para que no se mojase los zapatos o la ropa–. Soy responsable de ella, Sofía no tiene a nadie más.


–Relájate –dijo Pedro, apretando su brazo.


–No hagas eso. Yo no soy una de tus truchas.


–Ya lo sé.


Pedro la miraba con… ¿Simpatía? No, no era eso. Era otra cosa, algo que no podía identificar.


–No es fácil ser madre trabajadora y soltera. Quiero tantas cosas para Sofi…


–Ten cuidado. No te conviertas en tu madre, Paula.


–¿Qué? –Paula se levantó de un salto, indignada–. ¡Eso nunca!

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