miércoles, 8 de mayo de 2024

Quédate Conmigo: Capítulo 12

¡No! ¿Qué estaba pensando? En un movimiento que pilló a Pedro desprevenido, y decidida a poner distancia entre los dos antes de hacer el ridículo, Paula intentó apartarse. Pero el día no había terminado con ella. Hacía un día soleado, pero había llovido por la noche y su pie, sin zapato y seguramente con las medias rotas, se deslizó por el borde de la zanja. De modo que perdió el equilibrio y habría vuelto a caerse si Pedro no la hubiese tomado por la cintura en un gesto que era menos un rescate que una conquista.


–Has pasado por el camino todos los días esta semana y no creo que vayas a dejar de hacerlo a menos que tengas una buena razón.


–Archie es un buen vigilante.


–No para los que conocen el truco de la manzana. Una debilidad de la que tú te has aprovechado muchas veces. Llegar tarde a trabajar parece ser una costumbre tuya.


¿La había visto? ¿Cuándo? Y, sobre todo, ¿Por qué nadie había comentado nada en el pueblo? Tal vez no quedaba mucha gente que recordase al temerario Pedro Alfonso, pero la llegada de un hombre tan guapo debería ser noticia.


–¿Estabas esperándome?


–Tengo mejores cosa que hacer, te lo aseguro. Lo que pasa es que esta mañana te ha abandonado la suerte.


–Ah, y yo pensando que había sido un accidente. Bueno, ¿Qué piensas hacer? ¿Llamar a la policía?


–No –respondió Pedro–. Voy a ponerte una multa.


Paula rió, pensando que estaba de broma. Pero él la miraba, muy serio.


–¿Puedes hacer eso? –le preguntó–. Ah, ya lo entiendo…


No había cambiado. Sus hombros eran más anchos y resultaba más atractivo que cuando se marchó del pueblo, pero por dentro, donde importaba, seguía siendo el chico que pescaba furtivamente, el que recorría el parque en su moto y hacía pintadas en las paredes de la fábrica de sir Enrique. Supuestamente, porque nadie había podido pillarlo nunca. Había vuelto como guardés y, aparentemente, consideraba aquello una parte entretenida de su trabajo. Paula se encogió de hombros para intentar esconder su desilusión mientras sacaba la cartera del bolso.


–Muy bien, diez libras. Es todo lo que llevo, lo tomas o lo dejas.


–Lo dejo –respondió él–. Yo estaba buscando algo más sustancial como pago.


Algo lo bastante memorable como para que la próxima vez que sientas la tentación de pasar por aquí en bicicleta te lo pienses muy bien. Paula abrió la boca para decir que tener que pagar diez libras era suficientemente memorable, pero lo único que salió de su garganta fue un gemido mientras Pedro la apretaba contra su torso y sus caderas chocaban contra los fuertes muslos masculinos. Por un momento, se quedó inmóvil, de puntillas… Y él la miró a los ojos.


–¿Qué haría que te lo pensaras dos veces, Paula?


¿Había pensado que sus ojos eran cálidos? Pues se equivocaba. Y seguía preguntándose cómo podía haberse equivocado cuando Pedro se apoderó de su boca. Era indignante, sorprendente, una desvergüenza. Y todo lo que Paula había imaginado que sería.

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