lunes, 29 de abril de 2024

Pasión: Capítulo 74

Paula se emocionó al pensar que también quería limpiar su nombre. Tal vez así la gente dejaría de pensar en ella como una degenerada. Pero no quería hacerse ilusiones porque era evidente que aquel sería su último encuentro. Estaba escrito en su rostro, en la tensión de su cuerpo. Pedro quería despedirse de ella. Lo odiaba un poco por hacerla sentir tanto, por hacer que se enamorase. Maldito fuera.


—¿Y si Federico no hubiera encontrado al culpable me habrías creído? 


Pedro se levantó, la camisa blanca tensa sobre el ancho torso, los pantalones destacando sus largas piernas. Y así, de repente, Paula sintió que le ardía la cara.


—En realidad, empecé a creer en tu inocencia cuando estábamos en la selva.


Paula se odiaba a sí misma por dudar, por pensar que estaba mintiendo. Pero enseguida tuvo que admitir que Pedro Alfonso no mentía. Era una persona decente. Por fin, se levantó con las piernas temblorosas.


—Gracias por confirmarlo.


Pedro la miró un momento antes de decir:


—Paula…


Pero ella levantó una mano porque no quería escucharlo.


—Espera. Antes tengo algo que decirte.


Sabía que debía ser sincera. Tal vez nunca volvería a verlo y el deseo de decirle lo que sentía era incontenible.


—Me he enamorado de tí, Pedro.


Vió que palidecía y algo se rompió en su interior, pero estaba decidida a disimular.


—Sé que es lo último que quieres escuchar. Nosotros no… — Paula vaciló—. Entre nosotros no hay amor y sé que todo ha terminado. Después de esto —añadió, señalando la silla en la que había estado sentado Federico— no nos debemos nada. Y lamento de verdad que tu encuentro conmigo fuese tan desastroso para tí.


Pedro frunció el ceño.


—No tienes que disculparte… Si no hubiera estado tan convencido de que tú eras la culpable me habría encargado de hacer una investigación hace años. Tú también has tenido que sufrir el estigma de la acusación.


Paula sonrió amargamente.


—Yo estaba acostumbrada. No tenía una reputación que defender. 


—No, tu padre se encargó de eso.


—Tengo que volver a casa. Tengo que hablar con mi hermana y denunciar a mi padre para que pague por lo que hizo.


—Si puedo ayudarte en algo, por favor dímelo.


El corazón de Paula se encogió. Tan amable, tan atento. Nada que ver con su primer encuentro en aquel mismo despacho. Y, aunque sabía que su familia la ayudaría, sentía una pena inmensa porque la única persona a la que quería a su lado el día que se enfrentase con su padre era Pedro. Pero eso no iba a pasar. Levantó la barbilla, intentando olvidar la declaración de amor que él no había correspondido. Esa fantasía debía quedar donde guardaba los sueños de tener algún día una vida tan feliz como la de su hermana. Pero al menos podía llevarse algo bueno con ella. 

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