Pero, por mucho que le gustase Río de Janeiro, no podría estar tan cerca de él en el futuro sin formar parte de su vida, viéndolo con otras amantes… Pero no iba a dejar que la descartase sin más. Por mucho que hubiera pasado entre ellos, Pedro le debía un puesto de trabajo y debía volver a casa. Estaba dispuesto a decirle adiós y Paula se dijo a sí misma que estaba preparada. Solo al notar que le temblaban las manos en la ducha tuvo que admitir que su ira provenía de un profundo miedo porque sabía que estaba a punto de sufrir como no había sufrido nunca, ni siquiera en sus momentos más bajos, atrapada por sus adicciones. Entonces se había anestesiado contra el dolor, pero ya no tendría nada a lo que agarrarse y no sabía si estaba preparada para soportarlo. Cuando llamó a la puerta del despacho de él una hora después, con un sencillo pantalón y una camisa de seda, se sentía más calmada. Habían pasado dos semanas desde que llegó allí por primera vez, pero era una persona diferente. Maldito fuera. Su ayudante abrió la puerta y le hizo un gesto para que entrase. Paula tardó un segundo en darse cuenta de que había otro hombre en el despacho, de pie al otro lado del escritorio. Pedro se levantó del sillón al verla.
—Entra, por favor.
Su corazón dió un vuelco. Tan formal. Por un momento se preguntó si el otro hombre sería un abogado dispuesto a romper su contrato. Cuando se acercó vió el parecido entre los dos hombres. Aunque el segundo tenía los ojos verdes y el pelo rubio oscuro, eran casi idénticos en tamaño y rasgos. El extraño era tan atractivo como Pedro… A pesar de tener una cicatriz que iba desde la sien al mentón. Aunque parecía salido de las páginas del Vogue italiano con su inmaculado traje oscuro, su aspecto era peligroso. Acababa de entender quién era cuando Pedro dijo:
—Te presento a mi hermano, Federico Alfonso.
Paula dió un paso adelante para estrechar su mano, pero no experimentó la reacción que Pedro provocaba con una sola mirada. Sin embargo, al ver el brillo de sus inusuales ojos verdes imaginó que estaría acostumbrado a romper corazones porque poseía la misma indomable arrogancia que su hermano.
—Encantada de conocerte.
—Lo mismo digo.
Se apartó, nerviosa, sintiendo que Pedro la observaba. Pero cuando lo miró, su expresión era indescifrable y se enfadó consigo misma. Por supuesto que no tendría celos, que tontería. Pedro les hizo un gesto para que se sentasen.
No hay comentarios:
Publicar un comentario