—Me temo que no —respondió—. Me marcho a Cranbrook el día anterior, a pasar las vacaciones.
—En ese caso, te deseo que tengas unas buenas Navidades.
—Lo mismo digo.
Gabriela llamó entonces a su hija.
—¡Abril! Nos tenemos que ir.
—¡Oh, no! ¿No nos podemos quedar un poco más?
Gabriela miró a Paula.
—Como ves, no exageraba al decir que Abril adora a Pedro. En el colegio tiene algunas dificultades, pero en Bighorn se siente como pez en el agua —explicó—. Me pregunto por qué será.
Paula le dedicó una sonrisa y dijo:
—Gracias por darme permiso.
—No hay de qué. ¿Estarás en la fiesta?
Paula, que en principio no tenía intención de asistir, sintió curiosidad. Nunca había hecho fotografías de fiestas, pero le pareció que podía ser interesante. A fin de cuentas, no perdía nada. Si no salía ninguna buena, no las incluiría en la campaña publicitaria. Y, de todas formas, se las podía dar a Blake como regalo de Navidad.
—Sí, claro que estaré.
—¿Dónde estarás? —preguntó Pedro, que se les había acercado.
Paula lo miró con la mejor de sus sonrisas.
—En la fiesta, naturalmente. No me la perdería por nada.
Él arqueó una ceja, sorprendido.
—¿Estás segura? Habrá mucha gente. Será un verdadero caos.
Esa vez fue Paula quien arqueó la ceja.
—No olvides que estoy acostumbrada a tratar con modelos. Y, si no me dejo asustar por un montón de divas ególatras, tampoco me asustarán los invitados a una fiesta.
Pedro sonrió.
—Muy bien. En ese caso...
—¿Qué?
—No, nada. Ya te lo diré en su momento. Estoy dando vueltas a algunas ideas.
Pedro la dejó para despedirse de Gabriela, Silvana y Abril; y Paula se preguntó en qué consistirían sus enigmáticas ideas. Tenía la sospecha de que no le iban a gustar.
Paula y Pedro se concedieron una especie de tregua a lo largo de la semana. Ella pasaba mucho tiempo en el exterior, sacando fotos de los alrededores y, cuando volvía a la casa, la presencia de Anna contribuía a mantener la paz. Durante la sesión del sábado, tuvo ocasión de volver a comprobar que él sabía tratar a los niños y que disfrutaba trabajando con ellos, incluso si las cosas no salían particularmente bien. Y, al igual que Gabriela, se preguntó por qué no había tenido un montón de hijos. Era obvio que Pedro habría sido un gran padre; tan obvio como que, a pesar de la cicatriz, resultaba un hombre de lo más atractivo. Entonces, ¿Dónde estaba el problema?
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