viernes, 11 de abril de 2025

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 36

Paula no lo sabía, pero se dijo que ella no iba a ser la mujer que le diera descendencia. Había intentado criar a sus propias hermanas y había fracasado miserablemente. Ni estaba dispuesta a repetir la experiencia ni le agradaba la idea de ser madre. En todo caso, intentó olvidarse de Pedro y concentrarse en su trabajo. Y, al cabo de unos días, había hecho tantas fotos que se tuvo que sentar delante del ordenador para descargarlas, ordenarlas y descartar las menos interesantes. Cuando se hacía de noche y volvía a casa, se encontraba frecuentemente sola. Pedro le había dicho que tenía que pintar un trineo y preparar las cosas para la fiesta, así que pasaba mucho tiempo en el granero. Pero disfrutaba de esos momentos de soledad. Tomar un café mientras leía un libro o veía una película no era una mala forma de pasar las veladas. Y, cuando se sentía culpable por no estar trabajando, pensaba en su abuela y en lo contenta que se habría puesto. No en vano, estaba obsesionada con que descansara. A veces, antes de acostarse, Pedro entraba en el salón y se quedaba un rato con ella. No decía casi nada; se limitaba a ver la película que ella hubiera metido en el DVD. Y los dos se sentían extrañamente cómodos con el silencio. Paula sabía que Rosa se había tomado el día libre para hacer sus compras de Navidad, así que bajó a desayunar en camiseta y con unos pantalones de pijama. El día había amanecido despejado y, como el sol se reflejaba en la nieve, la luz tenía un tono particularmente intenso y bonito. Ya se había servido una taza de café cuando él apareció.


—Buenos días, bella durmiente —dijo con humor.


—Estás muy contento para levantarte tan temprano.


—¿Te parece que las nueve y media es temprano? —Pedro también se sirvió un café—. De todas formas, me levanté hace un buen rato. Ya he tenido tiempo de ordenar la casa y de poner una lavadora, entre otras cosas.


—Qué horror —dijo ella, fingiéndose espantada.


—Pero todavía no he desayunado, y los clientes que tenía me acaban de llamar para decirme que no podrán venir. Por lo visto, tienen una cita con el médico —le explicó—. ¿Te apetece comer algo?


—Supongo que sí.


—Excelente.


Pedro tomó un poco de café, abrió el frigorífico y sacó las torrijas que había dejado allí para que se enfriaran.


—¿Qué es eso?


—Torrijas. Ya te dije que son mi especialidad —contestó él—. Es una de las cosas que he estado haciendo esta mañana.


—Guau...


Pedro las llevó a la mesa de la cocina, sacó platos y cubiertos y las sirvió. Momentos después, Paula se sentó a su lado y se dedicó a disfrutar del magnífico desayuno. El paisaje que se veía al otro lado de la ventana no podía ser más invernal, pero ella sentía un calor interno de lo más agradable. Además, Bighorn le había empezado a gustar. La decoración de lacasa era algo rústica para su gusto, pero tenía algo de lo que carecía su moderno piso de Sídney: La solidez especial de los sitios que estaban hechos para perdurar y convertirse en hogar de las personas que vivieranen ellos. Era lo que había estado buscando durante su adolescencia. Lo que quería tener y nunca había encontrado. Pero Pedro lo tenía, y se preguntó si lo sabría apreciar.

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